Las cenizas van
al Mar Mediterráneo,
que es el vivir.
Rolando Gabrielli©
La Diáspora es un lugar bien
berraco en el ninguneo, donde se nace y muere, pero se crece como en
un saco roto sin fondo ni punta, el vacío pesa y la voz se siente
en off. Extranjero, dijiste, siempre, en realidad se sale una sola vez
del vientre y no se vuelve más que otra vez, pero en forma definitiva,
sin regreso, más bien para adentrarse más y más
al fondo de lo inminentemente oscuro, otra matriz sin duda, que no será
necesario abandonar. (Si Chile suena, es porque piedras trae).
Es como la reversa y te vas despidiendo en el adiós final, sin
pañuelo, sólo con tu epitafio preferido y a pudrirse en
el mañana con el polvo de las estrellas.
No es el momento ni el lugar, este paréntesis, para meter el
dedo en el tintero y untárselo en el guardapolvo al mejor alumno
de la clase, más bien rascarse la cabeza frente al ordenador,
y no explicarse tu partida, aunque a este país de tránsito,
no nos llegaran más que tus puteadas e ironías bien pulsadas,
respecto de otros colegas latinoamericanos, y en especial los chilenos.
Ácido hasta el final, un camino que es un túnel, al que
se entra para no salir. Es un motor en marcha, difícil de apagar.
Más autobiográfico de
lo deseado por él mismo, referencial, y con su bombo personal,
como debe ser. Pero supo agregarle dientes y muela a la literatura chilena,
para que tuviera donde agarrarse. El trapecista de Hamelin que la literatura
chilena esperaba con su flauta, que algunos ratones tocaban airosos
en la fiesta del marketing, con ese oficio triunfal de pasarela, una
estudiada manera de sorprender a la audiencia a la hora del crepúsculo
nerudiano.
Así son los días también, como una neblina en la
espesa cotidiana realidad. Me sorprenden, en momentos en que duermo
en mi cama con dos docenas de libros, producto de un ataque de comejenes
furibundos, al techo de mi casa, sobre la hilera de la repisa del librero,
reducto de una sagrada intimidad vulnerada por los amos despiadados
de la tierra y los cielorrasos. Devoradores insaciables de madera y
papeles, malos lectores, comejenes del demonio, me digo, y aquí
están sobre el lecho tibio, casi impreso, entre otros libros,
hace una par de semanas, el cubano Eliseo Diego, Martín Fierro,
Rayuela, El Quijote con dibujos de Doré (casi
dos mil páginas), Las Mil y Una Noches, Borges, Lihn
(Diario de Muerte) Poeta en Nueva York Piglia, Carpentier,
Mutis, Rulfo, Rosamel del Valle, T.S. Eliot, diccionarios, en fin, y
Los Detectives Salvajes.
Los Detectives Salvajes, entraron al Istmo, como una especie
de contrabando literario a un muy buen precio: más de seiscientas
buenas páginas por 7 dólares. Yo me matriculé con
un ejemplar, que tuve que hacer bajar del sitio más alto del
drugstore. Ya medio leído, porque el primer requisito de un escritor
es escribir, y después viene el placer de la lectura por añadidura,
sobre todo cuando ya pasaste los 50 años.
Esto de ser inédito eternamente es un doble trabajo (mérito
además), un oficio secreto, especie de borrón en el aire,
sin comienzo ni fin. Estas son vainas (palabra caribeña fuera
de contexto quizás) personales que te cuento, para que sepas
que no todo es gloriola como dijo Huidobro, y también se deja
de existir cuando los libros no son impresos y no llegan al lector.
Estoy pensando que alguien me borra de noche las páginas que
escribo de día, porque esto de la escritura es un cuento de nunca
acabar, largo como un río que se devuelve en las madrugadas para
volver a empezar o nacer.
Siempre estuve de acuerdo con echarle
más leña al fuego de la literatura pacata, coja y bizca,
y ese tábano tuyo, Roberto, te estoy tuteando desde el principio,
algo que me cuesta, pero aquí si cabe en el aprecio y la verdadera
distancia, picó fuerte, tan necesario en algunas nalgas rosadas,
pudorosas, fruncidas, afrancesadas, llenas de naftalina, simplemente
señoriales.
Es que si no, una marcha castrense tiene más sentido literario
que algunos textos, verdaderas cubiertas de mármol, lisas, planas
tipografías erráticas, de plagiadores del insomnio. Borges
fue un ejemplo de burlarse de lo propio y ajeno, de regalarle sus ojos
al mundo. Eso fue el colmo de las ganas de que otros vieran su mismo
paisaje porteño y universal.
Bolaño, le pusiste chispa a la narrativa chilena y una luz roja
a los que manejan pedaleando al revés, con calcetines prestados,
una escritura tan acostumbrada a cierta vinagreta, aburrimiento, por
eso unos gramos menos de solemnidad no le van mal a nadie, y menos al
cartón piedra que utilizan algunos prosistas.
Orden y patria en literatura, conforman un himno decadente, artificioso,
un libreto previamente aprendido y que después de entonado desafinadamente
habrá sonado en el vacío.
Hombre, Bolaño, es digno de mención, no sólo el
haber escrito unos cuantos buenos libros, sino también poner
atención como rompiste las roscas, camarillas, los círculos
viciosos de la mediocridad, las sociedades secretas del amiguismo. Difícil
cuadratura del círculo, pero realizable, y necesaria, sobre todo,
en el Circo de las Águilas Humanas.
Arar sólo en el desierto es
un ejercicio más que meritorio, sobre todo cuando existe la recompensa
del reconocimiento en vida real, más allá de los premios
y la pasarela editorial. Bolaño, eres un escritor de raza como
pocos en Chile, en materia de narrativa. Afortunadamente fuiste reconocido
en vida como un escritor original, audaz, que rasgó el velo de
la abulia y el compromiso con la monotonía en las novelas y el
lenguaje. Tengo la impresión que sabías que eras un escritor
de futuro. Y te despediste con un libro de cuentos, antes de entrar
al hospital, en un maravilloso gesto y compromiso con el porvenir, la
literatura que nunca acaba. Un libro nuevo es siempre un relevo. Una
buena señal para partir en paz.
Rara especie esta la de Bolaño, por eso habitó poco el
país del smog, donde todo es humo, volatilidad, se empañan
los vidrios, caen las persianas llenas de hollín y se trancan
las puertas, el freno de mano no sirve, y te tiran la chaqueta desde
la punta de un hilo hasta dejarte desnudo en el tejado. Es como si te
plantaran un tarro de pintura amarilla en la cara y después te
dijeran que eres un payaso desempleado, con derecho a permanecer taciturno
ocho veces a la semana.
Sé que me estás entendiendo, es difícil vivir con
un cadáver de Arica a Magallanes, especie de zopilote negro,
carroñero, sobre el espinazo, picoteándote la oreja, alternándose
con la nuca y susurrándote Lili Marlen. Por eso tus sacudidas
permanentes, para espantar gallotes, malos augurios, aves agoreras,
brujas de escobas sin vuelo.
Te comento, se han escrito buenos titulares, en medio de tu partida,
que es un hasta luego, porque nos dejaste la imaginación escrita
en palabra y eso si no pasa. ‘Maestro de la generación
post boom’. No es un mal calificativo y socarroncillo a la vez,
como dicho frente a tu espejo. En la onda dirías, el gusano que
te corroe, pero con gusto.
Oye, por momentos me recuerdas a Woody Allen, a veces un fraile franciscano
con sus sandalias mistralianas o el Quijote, que frisaba los 50 cuando
partió definitivamente cuerdo, pero venía de una Castilla
cardiaca, infestada por caballeros andantes de muy mal paso, a juicio
de Cervantes.
‘El
último piel roja’, te llamó un diario
español monárquico, y pienso que tiene algo de razón,
le arrancaste la cabellera a la narrativa chilena.
Te imagino muerto de la risa leyendo los titulares: ‘Murió
Roberto Bolaño, escritor chileno de carácter insobornable’
Estás frente a una copa de vino, sonriente, aplaudiendo, y un
anuncio: casi abandonabas el panfleto y el libelo, dos disciplinas menores,
a tu juicio, pero muy atractivas, sal y pimienta de tus días,
que llegaban a espantar moscas en el Chile disciplinado, aterrado, convicto
de su pasado, y momia de su propio alcanfor. ¿Tanta democracia
vigilada, para qué Benemérito?
Te acuerdas que vendías santitos en las calles del D. F., no
eran tiempos de santurronerías, sino de sobre vivencia, para
un hijo del exilio que se transformaría en protagonista de lo
más universal de la Diáspora.
Perdona un paréntesis, pero es importante, me acabo de enterar
que tu hijo lanzará tus cenizas al mar Mediterráneo. Qué
buena idea, que hermoso lugar de evocaciones has escogido para vivir
para siempre, la dieta mediterránea te sentará de maravilla.
Yo ya había titulado este e-mail antes que lanzaran tus cenizas
al Mediterráneo, lo dejaré tal cual por una cuestión
de cábala, y respeto al autor, a quien me manda escribir esto,
ya sabes son compromisos editoriales con el alma, los más permanentes,
porque son invisibles a simple vista del comején publicitario,
antropófago del verbo.
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Para
saber más
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DATOS DEL AUTOR:
Rolando Gabrielli (Santiago de Chile, 1947).
Estudió Periodismo en la Universidad de Chile. Ejerció
hasta el 11 de septiembre de 1973 en su país. Fue Corresponsal
Extranjero en Colombia y Panamá (1975-79). Funcionario Internacional,
experto en la industria bananera, encargado de estrategias para los
ocho países de la región miembros de la UPEB, Editor de
la publicación científico-técnica y económica,
con circulación en 56 países, columnista de la revista
alemana D+C (1979-89). Escribe para varios periódicos panameños
como Analista Internacional y trabaja en el programa de la Unión
Europea-PNUD, Tips On Line, mercadeo de oportunidades empresariales
vía Internet. Asesor en estrategias empresariales, editor de
Suplementos especializados, ha trabajado y lo hace actualmente en marketing.