La lotería del Nobel de Literatura
sorprende al mundo de las letras con poco entusiasmo y no se vislumbra
una figura que marque época en tiempos en que el Daesh es la
estrella deslumbrante del terror. La ficción la escribe y reescriben
estos acontecimientos que hacen saltar el planeta por el aire cada día
en algún lugar de la Tierra. Ya hay países fantasmas que
sobreviven a sus ruinas e inmigrantes que no sólo dejan sus tierras,
sino sus vidas en el mar, en alguna frontera o en una ruta que tuvo
un destino esquivo.
En tiempos en que la opinión
pública está secuestrada por la información engañosa,
la farándula, la vertiginosa ansiedad banal digital, la opinión
de los escritores es letra muerta y la verdad se pudre en las redacciones
mediáticas. Los hechos devoran distintos tipos de verborrea,
que van de los poderes fácticos más poderosos a los cantos
de sirena de algunas vedettes de las letras que se consideran iluminados
portavoces de quién sabe qué intereses y proyecto de sociedad.
¿Son las voces de
la Svetlana de alma bielorrusa, la del conflicto afgano-ruso, esas
voces de esa parte del mundo soviético, sólo esas,
sólo esas, las que conmovieron a la Academia, y no otras
igualmente desgarradoras del concierto polifónico de este
mundo de horror que pareciera tocar puertas falsas?
La literatura pareciera esforzarse
por ubicarse en algún lugar del escenario global que atiende
sus propias urgencias y se alimenta de los subproductos que crea, y
con los cuales se divierte a su manera el público del siglo XXI,
cada día más acostumbrado a leer oblicuamente el muestrario
digital y su menú caleidoscópico.
Así arriba el Premio Nobel de Literatura 2015, ciento catorce
años después de que un desconocido ganara el primer lauro
de las letras universales. Los principales candidatos están en
este anónimo collage de la madrugada. Puede que alguno
obtenga el lauro, cuyos fondos vienen de la nitroglicerina.
El Nobel es el Nobel, tiene su encanto. No tengo idea de quién
será el afortunado. Dejemos que la Academia Sueca se lleve esta
exclusiva. Que otros pongan los nombres en el asador de las palabras
y anuncien el nombre esperado.
Este año, por primera vez en la historia del más famoso
lauro de las letras, el anuncio lo hará una ex croupier
de casino, proustiana, devenida en mujer de letras, Sara Danius. Ya
debe tener el sobre en sus manos, el nombre en su memoria y muy pronto
en la punta de su lengua sueca.
No hay memoria ni palabra para la lista de grandes escritores olvidados.
Las circunstancias son las circunstancias, dirán algunos. Los
académicos son humanos: acierto y error. En esa filosofía
se cuela el olvido por tantas razones. ¿Se podrá satisfacer
a moros y cristianos? ¿Hacia dónde apunta la Academia?
Lo único cierto es que el galardonado lo sabrá minutos
antes que se transforme en noticia mundial. Siria seguirá siendo
noticia, el Daesh continuará en el ojo de la tormenta de los
misiles rusos, el mundo permanecerá erizado como si le pincharan
con alambres de púas y la poesía no se acabará,
con o sin premio, se los aseguro.
La cronista del Nobel
La Academia sueca se ha pronunciado y la casa de las apuestas del Nobel
ya había escrito la crónica de un premio anunciado. El
olfato del curso de las pistas que nos llevan al lauro sueco me guio
a diseñar, a previas horas del esperado anuncio, este collage
que puede ver cualquier lector de mi nota y que encabeza a colores la
ganadora, la ucraniana-bielorrusa Svetlana Alexievich, sostenida por
tres efigies doradas con el rostro de Alfred Nobel, el mecenas de la
dinamita. No era necesario dar mayores pistas, la suerte parecía
echada y así fue pensado el collage como un gesto premonitorio
que hiciera con tanta vehemencia la casa de apuestas británica
Ladbrokes y el contexto político internacional, para no irnos
por las ramas de la historia contemporánea.
La Academia premió a la periodista por “sus escritos polifónicos,
un monumento al sufrimiento y al coraje en nuestro tiempo”, y
afirmó que ella consiguió “un nuevo género,
un nuevo tipo de género literario”. Ella nos ofrece, según
la Academia, una historia del ser humano que no conocemos realmente.
En buenas cuentas, entre otras razones, los suecos han premiado a la
Cenicienta de los géneros, la crónica, hoy ascendida al
Olimpo. ¿Son las voces de la Svetlana de alma bielorrusa, la
del conflicto afgano-ruso, esas voces de esa parte del mundo soviético,
sólo esas, sólo esas, las que conmovieron a la Academia,
y no otras igualmente desgarradoras del concierto polifónico
de este mundo de horror que pareciera tocar puertas falsas?
La muerte con sus dientes de aserrín
En sí, esta decisión es interesante, incursionar más
allá de lo tradicional, dar oxígeno a estos materiales
que pueden tener más alas de realidad, presente, rescate de la
memoria y de los restos diseminados en algún campo de batalla
donde la vida se impone a su manera sobre otras vidas y la muerte asoma
con sus dientes de aserrín, golosa, avasalladora, única.
La crónica puede llegar a ser un pozo sin fin, rescatar, presentar,
restaurar, ficcionar, presentarse como memoria de un archivo cruel.
También la crónica está compuesta de fragmentos
de un espejo roto que viajan por un caleidoscopio abierto a todas las
posibilidades y a la única que ofrece el ojo de quien escribe
y coge los hechos, las personas, relatos y la geografía del coro
celestial que entonará con todos sus fragmentos.
Svetlana tan pronto recibió el anuncio de Estocolmo rayó
la cancha y dijo de qué lado estaba, lo que para quienes la conocían
no era ninguna novedad: “Respeto el mundo ruso de la literatura
y la ciencia, pero no el mundo ruso de Stalin y Putin”.
La prensa mediática está de plácemes, tiene un
viejo material aplicado y revitalizado al contexto actual y lo está
disfrutando. Svetlana ha publicado 5 libros, uno en español;
desconocida para los hispanos en general, y seguramente mirada ahora
de reojo por el ojo de la cerradura de la “literatura dura”.
Es difícil para un escritor asimilar este nuevo estilo de grabar
cientos de entrevistas y reescribir las voces para que cuenten sus propias
historias. Impensable para Gabriel García Márquez, un
cronista excepcional, que a través de este género bastante
marginal rendía homenaje a la literatura, a la palabra, a la
imaginación, a la historia, al humor, a la poesía y al
lector que vivía las historias, los acontecimientos, y los disfrutaba.
Sin duda, un arte mayor que se reinventa a sí mismo, pero que
es de vieja data y orillea la gran literatura sin desprenderse de su
propia marginalidad ni gracia. El autor de Cien años de soledad
consideraba a la grabadora un instrumento letal para un periodista.
No las usaba por razones obvias: se fuga la atmósfera, el gesto
y trascendido de las palabras, la verdadera voz del entrevistado, y
el periodista se evade de ese pequeño escenario íntimo
que le ofrece esa cálida relación personal. Crónica
de una muerte anunciada y Relato de un náufrago son dos libros
para hablar de crónicas, suscritos por este Nobel latinoamericano,
desde el interior de la realidad y la ficción. El cronista no
deja huellas, pulsa el inconsciente del lector.
Ryszard Kapuscinski, casi de nombre impronunciable, fue un notable,
legendario cronista, y no llegó a la meta de Estocolmo, como
Truman Capote que inventó el reportaje interpretativo con su
libro A sangre fría o el cronista que noveló la Segunda
Guerra Mundial y la guerra civil durante la España Republicana,
Ernesto Hemingway, también Nobel.
Borges y Bolaño no
se habrían quedado callados
No sé qué dirían, si estuvieran vivos, Borges y
Bolaño, o el lusitano Lobo Antunes, tres críticos ácidos
del estado de la literatura mundial. El portugués Lobo Antunes
dijo, días antes del fallo del Nobel, que sus libros nacían
de la basura, y preguntado sobre el estado de la literatura señaló:
“No es un problema de Portugal o de España. El problema
es que hoy no hay grandes escritores en Europa; en Irlanda, quizás,
pero no en Inglaterra o en Francia, que el pasado siglo tuvo a dos genios,
Proust y Céline. En el siglo XIX tenías 20 o 30 genios
en Europa”.
¿Y en América Latina?, le vuelven a interrogar: “En
Latinoamérica sí los hay; en Estados Unidos no; aunque
me gusta Cormac McCarthy. Es un problema general, no hay más
que mirar quiénes ganaron los últimos premios Nobel”.
La crónica tiene sus propios códigos, se legitima a sí
misma en sus forzadas jornadas de la supervivencia como género
que cobra vigencia y se hace relevante. Una obrera de un oficio menor
en otras épocas, pero lo que importa verdaderamente es cómo
son contadas, tratadas, las historias, los hechos, los escenarios, los
personajes, y éstos trascienden la mera anécdota, el simple
relato plano, conversacional, cuya cotidianeidad es un subproducto anodino
de la realidad. A la crónica no se la puede ganar una imagen,
un cortometraje, la fotografía voraz que piensa que lo reúne
todo, el sesgo, la arbitrariedad del cronista. Su arte es abrir una
caja de Pandora y revelarla.
Género camaleónico
Me gusta este género camaleónico que practico hace años,
porque se esfuerza en encontrar la aguja en el pajar, en otras vidas,
situaciones, escenarios, acontecimientos; pone pupila en los detalles
sin importancia para algunos y me la imagino siempre que anda a pie
por calles que conducen a otras calles sin nada preconcebido, con todo
por descubrir, abierta al mundo de los sentidos.
La tragedia sigue siendo el primer acto de la humanidad, no avanzamos,
en pleno siglo XXI al autoproclamado califa de todos los musulmanes,
perteneciente al Daesh, Abu Bakr al-Baghdadi, se desplaza en caravanas
por el desierto y ciudades en ruinas cortando cabezas, violando, secuestrando,
como en los tiempos bíblicos, y después de tanto, por
fin, la destruida Irak desde las cenizas da en el blanco en el convoy
de ese escurridizo terrorista y de su banda criminal. La historia no
se repite más porque no tiene tiempo. El desierto pareciera ser
un ayuda memoria a la actual generación, que no deja de entonar
los antiguos estribillos infantiles: Mambrú se fue a la guerra…
La crónica en América Latina, en la última década,
ha mostrado su oficio, garra, enjundia, y no sólo es la delicada
bailarina que encanta los escenarios doctos, académicos, sino
también los arrabales, y entra en el corazón de la canalla,
comparte la mesa desde la orilla de la palabra y la pone a brillar como
piedras de profundas, duras soledades.
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Para
saber más
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DATOS DEL AUTOR:
Rolando Gabrielli (Santiago de Chile, 1947).
Estudió Periodismo en la Universidad de Chile. Ejerció
hasta el 11 de septiembre de 1973 en su país. Fue Corresponsal
Extranjero en Colombia y Panamá (1975-79). Funcionario Internacional,
experto en la industria bananera, encargado de estrategias para los
ocho países de la región miembros de la UPEB, Editor de
la publicación científico-técnica y económica,
con circulación en 56 países, columnista de la revista
alemana D+C (1979-89). Escribe para varios periódicos panameños
como Analista Internacional y trabaja en el programa de la Unión
Europea-PNUD, Tips On Line, mercadeo de oportunidades empresariales
vía Internet. Asesor en estrategias empresariales, editor de
Suplementos especializados, ha trabajado y lo hace actualmente en marketing.
Autor de los poemarios Entre paréntesis, amor, y
Los poetas de Chile, ambos editados en Colombia.