Nadie es profeta en su tierra
Parra respondió: ‘Nadie es poeta en su tierra’.
Chile es un país de poetas, indiscutiblemente. Dos de ellos candidatos
a la presidencia de la república: Huidobro y Neruda. Dos premios
nobeles: la Mistral y Neruda. Tres de ellos, conmocionaron en su tiempo
a la nación con sus diatribas y gran poesía: Huidobro,
De Rokha y Neruda. Dos de ellos viajaron por el mundo como poetas, diplomáticos
y dieron a conocer a Chile, y un tercer, antes que todos, partió
a París, a compartir la gran mesa de la poesía universal:
la Mistral, Neruda y Huidobro, en su orden. Parra no había nacido,
literariamente hablando, y entraría al ruedo en 1954, y su objetivo
sería la poesía del poeta que se encontraba en el Olimpo:
Neruda. En todo esto, siempre un común denominador, Neruda y
el fantasma real del impacto de sus Residencias en la Tierra. Neruda
fue el que más lejos ‘fue’ en política, senador
y militante activo del Partido Comunista, amado por sus huestes y odiado
por la recalcitrante derecha. Siempre estuvo el vate de Isla Negra en
el ojo de la tormenta. Nunca olvidado por amigos y detractores.
Hasta que llegó el tiempo de Parra, con su nueva poética
y postura, y en el trasfondo de la trastienda, siempre Neruda.
El poeta de los Versos de salón irrumpió a su manera,
no sólo con sus cañones llenos de antipoesía, sino
con su presencia de hombre público, sin oficialismo, pero nada
de lo que hacía podía ser indiferente para Chile, un país
de poetas.
Además acuñó unos versos memorables cuyo objetivo
es barrer con los mitos poéticos chilenos desde la perspectiva
de la antipoesía; los cuatro grandes poetas chilenos son tres:
Alonso de Ercilla y Zúñiga y Rubén Darío.
A su manera
Entró en escena, a su manera, como diría Frank Sinatra,
pero con esa tradición del poeta que dice lo suyo, y va donde
las papas queman. La antipoesía es hija también de la
guerra fría. Se puede ser francotirador, pero sin olvidar que
el bumerang existe y golpea donde menos se espera. El díscolo
poeta, irreverente, rebelde, nuevo sacerdote, disparó sus letales
textos y artefactos contra el pequeño burgués y el establecimiento.
Desconcertó con sus artefactos: Cuba, sí / Yankis,
también; Se vende Chile / tratar con Frei. Su viaje a Washington,
que derivó en una invitación a la Casa Blanca a tomar
té con la señora Nixon en pleno bombardeo a Vietnam, simplemente
devastó al antipoeta. Hubo quienes le hicieron la ley del hielo
en el Pedagógico de la Universidad de Chile, y otros le aislaron
en diversos círculos de escritores y políticos. Fueron
días, semanas, meses, efervescentes y negros en prosa para Nicanor
Parra, en la cúspide poética chilena y allende las fronteras.
Muchos comentaban sobre la idea del suicidio en torno a Parra, aunque
un día Waldo Rojas, mucho después, claro, me dijo desde
París: Parra nos va a enterrar a todos.
Treinta años después, el poeta diría, cero problema,
y que sólo espera cruzar el río para encontrarse con su
hermano Roberto, autor de las Cuecas choras y seguramente Violeta.
‘Médico el ataúd lo cura todo’.
Ya había estado en Pekín
y Moscú. Sí, el poeta del momento se desplazaba en el
ojo de la tormenta, en tiempos de verdadera olla de grillos en la política
criolla, en el compromiso y los gustos literarios.
Se perdió el Polo Sur
América Latina también se polarizaba política y
poéticamente. Ernesto Cardenal, una de las figuras visibles,
con su exteriorismo, José Lezama Lima, como un dragón
tocando la flauta barroca de Hamelín en el trópico de
la Mayor de las Antillas, Neruda, siempre omnipresente, Paz, con sus
visionarios ensayos críticos, Borges, el poeta conservador, clásico,
cáustico, anarquista, defenestrador de virtudes y amante de los
atardeceres lúdicos, siempre en primera línea. Ginsberg,
aullando en el norte. Sin embargo, eran los novelistas los que se hacían
sentir más, como García Márquez, Vargas Llosa,
Sábato, Cortázar, Arguedas, Carlos Fuentes, Benedetti
y Roa Bastos, entre otros. La corte es más larga que los propios
milagros. La globalización hoy, el mundo mediático, borró,
barrió literalmente al intelectual público, de la plaza,
y nos puso en video la imagen del absurdo, copiada, eso sí, del
mundo real, con locutores teledirigidos por la estupidez virtual de
la mediocridad banal, exquisita discípula de la frivolidad. José
Saramago es lo más parecido a esos sobrevivientes que aún
no arrían su bandera. Los demás, no todos, en el top
show de la farsa.
El mundo tenía dos polos y ahora uno. Se perdió el Polo
Sur, ni nos dimos cuenta. ¿Se derritió por la capa de
ozono, el efecto invernadero, porque se cayó el Muro de Berlín,
fue el fin de la historia que se lo llevó al río, qué
se fizo el Polo Sur, dónde quedaron los burgalés de pro,
qué se hicieron?.
Parra nos había dicho, hace más de 15 años, en
su texto Tiempos modernos: Atravesamos unos tiempos calamitosos
/ imposible hablar sin incurrir en delito de contradicción /
imposible callar sin hacerse cómplice del Pentágono. /
Se sabe que no hay alternativa posible / todos los caminos conducen
a Cuba / pero el aire está sucio / y respirar es un acto fallido...
‘Todo contaminado de antemano’, concluye el texto. Nada
nuevo bajo el sol.
Había confrontación en tiempos de la guerra fría,
posiciones y una cierta efervescencia intelectual, que en su minuto
sorprendió a Parra en el Chile convulsionado y también
en el de Pinochet, el más agitado de todos, con calaveras, incendios
y un hermetismo poético de kafkianos contenidos, pero aunque
hubiese extremos, que nunca se juntan, existía una mayor presencia
de la poesía en la vida y en las cosas.
Parra volvía a decir lo suyo en 1985 en Hojas de Parra:
ENTONCES / no se extrañen / si me ven simultáneamente
/ en dos ciudades distintas / oyendo misa en una capilla del Kremlin
/ o comiéndome un hot dog / en un aeropuerto de Nueva York /
en ambos casos soy exactamente el mismo / aunque no lo parezca soy el
mismo.
Vértigo y abismo, la
poesía
José Lezama Lima, un animal tropical y barroco y clásico
de gran instinto poético, muy alejado de Parra y la antipoesía,
dijo a través de su personaje Oppiano Licario de su novela Paradiso:
‘un poeta, como tal, es también su biografía, sus
lecturas, sus comidas y su mundo familiar; es esa realidad sobrenatural
que siente actuar dentro de él, que lo modifica a cada instante
y que coexiste de una manera mágica con la realidad natural’.
Lezama Lima habría dicho alguna vez: cuando estoy claro escribo
prosa, cuando oscuro, poesía. Sólo se llevaban cuatro
años de diferencia, Lezama y Parra. A ambos, en las antípodas
poéticas, les une sólo el asma. Curiosamente uno hace
tomar lecciones de abismo al lector, el caso de Lezama, y vértigo,
Parra. Extremos de una misma cuerda, un cielo que se cae a pedazos a
su manera en el corazón del lector. Parra aspirando los mortales
residuos de los plátanos tropicales y Lezama con su asma en Trocadero,
fumando puros, en una Habana nostálgica, dos asfixias para una
poesía ya clásica, y aunque aceite y vinagre, yo las junto
en mi alcuza para ser cocinando.
Es tan sólo un paréntesis, la antipoesía está
hecha de otro barro o greda, es un viaje distinto en presente, sus propias
toxinas trae y lleva, a veces en un pasaje de ida, sin retorno, o casi
siempre, porque el poeta concluye abruptamente su mensaje, y nos deja
en el mismísimo aire del aire, pero en tiempo real, sólo
a unos metros del limbo si no nos montamos bien en el patín.
El esqueleto fuera del closet
La antipoesía vino a sacar los esqueletos del closet, a reciclar
con su propio lenguaje todos materiales, humanos y divinos, populares,
especialmente, y se inserta en la gran tradición poética
de Chile desde su propia perspectiva, desinflando el yo lírico,
pero muy involucrado su protagonista a todo cuanto ocurre en las raíces
de sus antecesores y en la estrategia de la confrontación, del
aquí vengo yo.
El poeta no es un artesano ni hace empanadas, recordaba Parra a Benedetti
en una entrevista publicada en Marcha en 1969. Puede haber iluminación
y revelación, y ahí como que se nos quiere aproximar a
Rimbaud, en la actitud, aunque su influencia no es francesa.
Parra, su autor, está retratado de pies a cabeza en la antipoesía,
que pareciera ser más autobiográfica de lo que se cree,
aunque el yo colectivo, y el todos somos el poema, es el que cuenta
a la hora de la lectura, y el poeta pareciera estar trabajando con una
magra materia llamada lenguaje que objetiva al máximo, al que
pareciera previa puesta en circulación haberle hecho la autopsia.
La antipoesía es también un intento, experimento, acierto,
creemos, logro, sin duda, una manera de poner ad valorem la propia poesía,
con una serie de elementos que estaban allí o no necesariamente,
pero que Parra incorpora siempre desde esta nueva perspectiva: la ironía,
el humor, la paradoja, todas las contradicciones habidas y por haber,
el paisaje verbal, humano, natural de Chile, porque hay mucha chilenidad
en la obra de Parra, en la cual se topa con Neruda, De Rokha y la Mistral,
cada uno dentro de su propia retórica y manera de apreciar lo
chileno, asimilarlo, transformarlo y cantarlo en su obra.
El antipoeta es hombre de tradiciones y ha respetado a sus mayores más
de lo que imaginamos, no le da la espalda al pasado, al origen de las
cosas, a lo esencial, sabe de dónde partir y tomar impulso, aunque
después el velocípedo adquiera otras velocidades y rutas,
que el propio autor ignora, pero que investiga y sobre todo, se arriesga
a transitar sin saber del todo el paradero.
En este carrusel de la antipoesía, hay menos anti de lo que muchas
veces creemos. Es difícil desprenderse de toda la utilería
del pasado, por más que inventemos la pólvora, que ya
explotó en la milenaria China o la rueda, que viene rodando de
tiempos inmemoriales sin detenerse.
Sepulturero de metaforones
La antipoesía echa todo en su saco, pero no roto, en la Caja
de Parrandora, recicla los materiales, inhala desde el estiércol
a la primavera, de nada se priva el poeta, su oficio: boxear con las
sombras del mediodía, arrancarle espuma al verbo, sacar del cuidado
intensivo a la ‘poesía tradicional’, Parra se siente
un sepulturero de adjetivos y metáforas, porque si no dan vida,
matan. Hombre de poca fe, pone toda su fe a la antipoesía. El
profesor, hijo mayor de un profesor primario y de una modista de trastienda,
le hace un test a la antipoesía para distanciarse de sus pares
y presentarse en su desnudo diván, solo frente al diluvio azul
del vals poético chileno. Embutido de ángel y bestia,
respondió con La cueca larga, en la mejor tradición popular.
No hay mujer que no tenga dice mi abuelo / un lunar en la tierra / y
otro en el cielo. Otro en el cielo, mi alma / por un vistazo / me pegara
dos tiros / y tres balazos.
Siguió los consejos de Huidobro, cuando dijo: ‘un poeta
debe decir aquellas cosas que nunca se dirían sin él’.
Sólo por medio de la poesía, remataba Vicente Huidobro,
el hombre resuelve sus desequilibrios, creando un equilibrio mágico
o, tal vez, un mayor desequilibrio. En eso ha andado Parra, al parecer.
No hay paraíso, no se perdió, porque no existió
para la antipoesía. Ni nostalgia, y poco se le ve en el pasado.
En algunos momentos podemos atribuirle vínculos, golpes de dados,
con las Residencias nerudianas, ese Neftalí Reyes Basoalto tan
presente en la poesía chilena, poemarios que inclusive elogiaba
De Rokha, en la clandestinidad de su orgullo. No podemos matar al padre
sin llevar parte de su sangre, y en este río de la poesía
todos van a dar a la mar.
Médico, el ataúd lo cura todo
Parra nos responde a todos, desde su perspectiva, con ‘El anti-Lázaro’,
el último poema de su libro Hojas de Parra, que editó
en 1985, y que recoge la sal y la pimienta, el aceite y el vinagre,
la ironía trascendente, la visión y los temas de la antipoesía,
esa mirada por el ojo de la cerradura que puede dar con el culo del
mundo, en cualquier instante, veamos:
Muerto no te levantes de la
tumba / qué ganarías con resucitar / una hazaña
/ y después / la rutina de siempre / no te conviene viejo
no te conviene / el orgullo la sangre la avaricia / la tiranía
del deseo venéreo / los dolores que causa la mujer / el enigma
del tiempo / las arbitrariedades del espacio / recapacita muerto
/ ¿que no recuerdas cómo era la cosa? / a la menor
dificultad explotabas / en improperios a diestra y siniestra / todo
te molestaba / no resistías ya / ni la presencia de tu propia
sombra / mala memoria viejo ¡mala memoria! / tu corazón
era un montón de escombros / —estoy citando tus propios
escritos— y de tu alma no quedaba nada / a qué volver
entonces al infierno del Dante / ¿para que se repita la comedia?
qué divina comedia ni qué 8/4 / voladores de luces-espejismos
/ cebo para cazar lauchas golosas / ese sí que sería
disparate / eres feliz cadáver eres feliz / en tu sepulcro
no te falta nada / ríete de los peces de colores / aló-aló
¿me estás escuchando? / quién no va a preferir
/ el amor de la tierra / a las caricias de una lóbrega prostituta
/ nadie que esté en sus 5 sentidos / salvo que tenga pacto
con el diablo / sigue durmiendo hombre sigue durmiendo / sin los
aguijonazos de la duda / amo y señor de tu propio ataúd
/ en la quietud de la noche perfecta / libre de pelo y paja / como
si nunca hubieras estado despierto / no resucites por ningún
motivo / no tienes por qué ponerte nervioso / como dijo el
poeta / tienes toda la muerte por delante.
_______________________
Para
saber más
_________________________
DATOS DEL AUTOR:
Rolando Gabrielli (Santiago de Chile, 1947).
Estudió Periodismo en la Universidad de Chile. Ejerció
hasta el 11 de septiembre de 1973 en su país. Fue Corresponsal
Extranjero en Colombia y Panamá (1975-79). Funcionario Internacional,
experto en la industria bananera, encargado de estrategias para los
ocho países de la región miembros de la UPEB, Editor de
la publicación científico-técnica y económica,
con circulación en 56 países, columnista de la revista
alemana D+C (1979-89). Escribe para varios periódicos panameños
como Analista Internacional y trabaja en el programa de la Unión
Europea-PNUD, Tips On Line, mercadeo de oportunidades empresariales
vía Internet. Asesor en estrategias empresariales, editor de
Suplementos especializados, ha trabajado y lo hace actualmente en marketing.