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La era social: III. La necesidad exogena
Mario Rodríguez Guerras
01/12/2011


1.- La concepción

El mundo occidental desea manifestar una nueva forma de cultura, desea dar a luz a su criatura. Pero precisa ser fecundada. Como sabemos, hay dos tipos de naciones, las masculinas que fecundan y las femeninas que engendran. En el antiguo mundo cultural, según está admitido, Francia y Grecia eran sociedades femeninas y Alemania y los judíos, masculinas. La unidad occidental ha borrado estas antiguas cualidades y el elemento fecundador debe ser importado de fuera de occidente. Este mundo, deseoso de parir, busca todo tipo de compañeros, sin distinción ni exigencia. Estamos ante una libidinosa Livia, que recibe a todo extraño no solo con los brazos abiertos, también… con el corazón. Aquí no encontraremos las delicadas festividades áticas en honor a la naturaleza sino las bacanales romanas y los saces babilónicos que se expresan, socialmente, como compasión hacia los que sufren. Llamemos a cada cosa por su nombre: lo que el mundo occidental sufre es la excitación que la primavera provoca en un cuerpo juvenil y la naturaleza exige que ese cuerpo cumpla su función. Toda hembra desea ser madre y esta lleva tiempo esperando serlo; lleva demasiado tiempo deleitándose con la idea y desesperadamente ansía su cumplimiento.

Tiziano, La bacanal de los andrios (Il Baccanale degli Andrii), h. 1523-1526, óleo sobre lienzo, 175×193 cm.,  Peter Paul Rubens, Danza de aldeanos, 1635, óleo sobre tabla, 73×106 cm., Museo del Prado, Madrid,  España Auguste Léveque, Bacchanalia, óleo sobre lienzo, 96×127 cm.

Los pretendientes más deseados serán los más fuertes, los más intrépidos, los más valientes. Pero detrás de estas cualidades existe, como en las monedas, una cruz.

Este afán ciego, como toda fuerza natural, no moderado por la mesura apolínea que salvó a los helenos de sucumbir víctimas de la fuerza dionisíaca ante lo irresistible irracional, proporcionará el guión de una novela decimonónica en la que la pasión de la dulce niña, que ha sublimado bajo el delicado nombre del amor, la lleve, por sus riquezas, a caer en brazos de algún astuto cazafortunas y a un matrimonio desgraciado en el que el marido someterá a su mujer y se encargará de administrar su patrimonio. La novela, narrada desde entonces bajo el punto de vista del marido, resultará una novela rosa. Solo hará falta cambiar el punto de vista para ver el lado bueno de la vida y poder olvidar las desgracias que, desde la otra posición, se tengan que soportar.


2.- La Aporatción externa
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¿Qué cosa exógena se precisa? Algo que este resto de cultura occidental agotado, es decir, racionalizado, no posee y que, en cambio, posee toda forma cultural no evolucionada, el sentido interno, pues toda la historia occidental ha consistido en apreciar las formas externas y perceptibles reduciendo, en cada época, un poco el contenido interno inapreciable, y por ello inapreciado, hasta el momento en que, carente de contenido, la cultura se desintegra y busca su regeneración mediante la unión de los dos elementos que la configuran, el contenido y la forma o, si se prefiere, mediante un intento de reconciliación entre la idea y su fenómeno. Esta unión no produce nada imperfecto pero el resultado es inestable, así que, en la práctica, esa unión solo es un intento de imitar la naturaleza que poseía el sileno natural por lo que el resultado no tendrá ninguna semejanza con el sátiro genial, antes bien, para nuestra desgracia más se parecerá a un mono al cual para su dignificación y también como resultado de esa relación, acompaña siempre la aparición de la cultura y, aunque sea un fenómeno ensalzado por su creador, no es otra cosa que el vestido con el que se disfraza una naturaleza que no puede presentarse desnuda ni tan siquiera a la vista de sus congéneres. Con razón, pero sin excesiva profundidad, comparaba de esta misma forma Nietzsche al hombre socrático con el mono, una naturaleza que, como dice en El nacimiento de la tragedia, está mediada por el conocimiento y ha accedido a la cultura, pero Nietzsche no ha percibido el origen común y, por lo tanto, la hermandad de ambas cuestiones. Nietzsche estaba más allá del bien y del mal, pero para nosotros eso todavía es estar muy cerca. La cultura es el disfraz con el que un mono aparenta ser un hombre.

Estamos acostumbrados a aceptar la versión oficial que dice que la justicia y el bien acaban por triunfar, pero esa es la interpretación que realiza quien se impone. En caso de haber triunfado la postura contraria, seguiríamos oyendo la misma versión oficial para las ideas contrarias. Deberíamos entender que la verdad es algo ideal y que el idealismo se distancia de los fenómenos. Lo que triunfa en la vida real, ya por las buenas, ya por las malas, suele ser lo menos próximo a la verdad y lo más cercano al interés de algún grupo de poder.

  

Como decimos, el pensamiento de la nueva era ya existía y poseía fuerza, pero podemos afirmar que hemos asistido a su coronación, aunque la cultura anterior todavía posee, sino fuerza, si presencia, pues una era no termina de repente por la aparición de otra, y ambas mantendrán una coexistencia durante un tiempo del que nosotros no veremos su cumplimiento. Los orígenes de las formas artísticas de esta cultura debemos verlos las numerosas manifestaciones que, tanto en Europa como en toda América, se producen a partir de los movimientos de finales del siglo pasado -pues no nace por generación espontánea- como consecuencia de la aceptación de la nueva mentalidad, las cuales, en principio, parecían una simple subversión de las formas y estructuras ‘conservadoras’ (como si en el arte del siglo XX hubiera habido algo conservador) que se advertían en el mundo occidental y que ahora, con esta nueva consideración, no se observa en ellas tanto la oposición entre la izquierda y la derecha como la oposición entre la cultura ática y las consideraciones de una nueva forma cultural, defendidas, respectiva y precisamente, por la derecha y la izquierda. El hombre ‘natural’, del que se burlaba Nietzsche porque reclamaba derechos, es el que ha triunfado.

La cultura es el camino por el cual se quiere adentrar el hombre, trasformado en fenómeno, para averiguar qué cosa es un Hombre. Y, mientras tanto, se degrada por sus dudas. Si fuera capaz de mirar en su interior, no precisaría preguntar a nadie ni buscar respuestas fuera de sí. La idea es siempre superior a su fenómeno pero cuando el hombre duda, renuncia a su idea, reniega de su divinidad, y queda reducido a su mitad material, a su mitad animal -al simio.

Esa falsificación hoy la pagamos y sin embargo reconocemos que no hay otro camino y que sus beneficios materiales son innegables. Pero el hecho ha ocurrido a la inversa. El hombre elevado se ha percatado de la posibilidad de mejorar la existencia y ha realizado propuestas que, al ser valoradas por otros individuos, solo han sabido apreciar el valor de lo material y han olvidado, por lo tanto, separado, el valor ideal.


3.- El tiempo del cambio.


Queda tiempo para que esta nueva cultura muestre sus primeras formas, formas inferiores. Por ahora se intentan determinar los elementos materiales de los que se dispone. En la gestación intervendrán la sociedad occidental y diversos elementos importados de todo tipo de culturas. Cada cual entrega lo que posee pero la variedad impide la agrupación de elementos para formar una unidad determinada. Y el resultado es la dispersión, un desaprovechamiento de las aportaciones. Nuestras consideraciones sobre la era social no resultan del apego a lo viejo ni del miedo a lo desconocido, son consecuencia del conocimiento de cómo se está creando la cultura que vemos formarse ante nuestros propios ojos, los cuales no todo el mundo usa para ver.

  

Los cambios que se avecinan se producirán de forma abrupta, cuando menos lo esperemos, cuando el fruto esté maduro. Como agua embalsada, ejerce una presión sobre el dique. Lo que los sabios han venido observando no es más que una ligera humedad en el muro. Cuando la acumulación de energía sea suficiente, desquebrajará ese continente y lo inundará todo no dejando piedra sobre piedra.

Pero los sabios no deben preocuparse. Todo cambio cultural ha sido siempre muy considerado y se ha presentado en otro lugar. Incluso cuando la edad media sucedió al impero romano sobre el mismo suelo, no era la misma comunidad ni los mismos estados. Es decir, se producirá o un desplazamiento de la localización cultural o de sus gentes.

Cuando se estudia el fin del imperio romano se advierte el asentamiento de bárbaros dentro de sus fronteras, las dificultades económicas del estado para mantener a los ejércitos, el enriquecimiento de una parte de la población y la sumisión a ellos del resto y, finalmente, las invasiones bárbaras.

Lo que se avecina es, ciertamente, un imperio romano, una expansión de una determinada forma de entender la existencia que mejorará el fenómeno hombre pero a cambio de reducir su idea.

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