Tanto
a Duke como a del Toro les gustaba el sexo. Uno lo practicaba más
que el otro, pero esa era otra historia. Una noche mientras dormitaban
en un cajero, una joven de ojos rasgados entró allí porque
decían que la perseguían unos malvados yakuzaa. Tenía
el rostro lleno de sangre y uno de sus ojos se había reventado.
Por lo demás, la japonesita estaba de muy buen ver. Tras dar
a cada uno un besito de agradecimiento, se acurrucó entre los
dos bajo una manta que los periodistas habían encontrado en la
basura. El roce, llevo al frote, el frote hizo el cariño y del
Toro no se pudo contener. Despojó a la cadavérica japonesa
de su faldita, bajo la manta la amó en silencio, mientras que
Duke roncaba a pierna suelta. A la mañana siguiente la japonesa
ya no estaba. Sólo había una nota de agradecimiento que
se despedía diciendo ‘tendrás noticias de mí,
dentro de nueve meses’.
Cuando Duke se enteró de la historia se murió de envidia.
Así que aquel día entró en la sala de cine armado
y dispuesto a todo. Nadie sabe con certeza lo que hizo en la oscuridad
de la sala. Aunque casi mejor no saberlo.
El
sabor de la sandía.
El
sabor de la sandía es una de esas películas que parecen
hechas expresamente para reírse e incluso en algún caso
para que ciertos espectadores se sientan insultados. Contraviniendo
las anquilosadas leyes narrativas clásicas, el film se escabulle
por peteneras con planos estáticos de eterna duración
en los que no pasa nada y no habla nadie y secuencias cuyo significado
estará muy claro para el director, Tsai Ming-Liang, pero para
el que mira la cosa se pone peliaguda y hay que empezar a reprimir los
primeros bostezos. Es en ese momento, cuando ves el caudal de gente
que abandona la sala te dices a ti mismo que no vas a ser como ellos,
que le vas a dar una sexta oportunidad a ese monumental coñazo
en el que muy poco acontece y eso que acontece no se sabe muy bien porqué
pasa. Leyendo la sinopsis ya nos enteramos que va de un ex yonki que
ahora es actor porno y de una japonesita que pierde las bragas por él.
De la película me quedo con una de las primeras secuencias; una
chica abierta y con la mitad de una sandía entre las piernas
siendo masturbada por un tipo que mete sus dedos en la sandía
mientras que la chica disfruta como una loca, aunque no se si real o
fingido, nunca he sabido distinguir. El caso es que como la peli era
increíblemente soporífera, me dio por leerme uno de esos
papeluchos que le dan a la prensa sobre las ‘obras cinematográficas’
que se exhiben en el festival. No de todas. Sólo las que tienen
potentes distribuidoras sujetándoles las espaldas. La pela es
la pela. El caso es que resultó que los papeluchos que me dieron
sobre 'El sabor de la Sandía' – que en inglés se
llama ‘The Wayward cloud’, para escribirlo en japo tendría
que comprarme otro teclado – me revelaron una filosofía
muy floreciente con sabor afrutado que no supe ver en la película.
Ahí os adjunto un fragmento:
Unos
bellos; otros feos. Los unos de piel suave: los otros arrugados.
Los primeros valiosos. Baratos los segundos.
Cuerpos que pueden violarse. Cuerpos para vencerse.
Si fuera el cuerpo un recipiente
¿Qué podría llenarlo?
Agua, comida, amor, sexo
Todos y cada uno de los deseos humanos
¿Por qué el cuerpo humano vaga y se extravía
sin parar? ¿Por qué no se detiene?
¿Puede alguien hacer un alto por alguien siquiera un
instante?
Un cuerpo. Muchos deseos.
Penetrar o ser penetrado por
Otro cuerpo
Igual que dos nubes que se encuentran y liberan la lluvia, mojando.
Y
es que Tsai Ming- Liang es un director japonés de culto, cuyas
películas poseen una impronta que te puede agradar más
o menos, pero que no deja de tener impronta; así lo dice la masa
enfervorecida de críticos que hablan maravillas de este director.
Dicen de él que es el realizador más sensible, erótico
y sexual de nuestro tiempo. Para él, el cuerpo humano es un misterio.
Sus películas están llenas de una imaginario que sugiere
algún tipo de goteo, de desaparición, desintegración…
Los personajes en sus películas, están siempre limpiándose
o bañándose, acciones que acentúan su sensación
de soledad. Apenas se tocan y casi nunca hablan, pero no cesan de observarse
los unos de los otros. Pasen, vean y decidan ustedes mismos.
Don´t look now.
Un
ejemplo de las retrospectivas de las que se pudieron disfrutar en el
festival. Ésta en la sección Europa Imaginaria, donde
se proyectaron 15 películas europeas ya convertidas en clásicos.
Estamos ante una película de Nicholas Roegg de 1973, con un jovencísimo
Donald Sutherland y una bellísima Julie Christie. La historia
es tan lineal y corta que habría sido mejor rodar un cortometraje,
en el cual la condensación le daría un ritmo trepidante
y adictivo.
Es una coproducción Italiana e Inglesa que resulta ejemplar en
la historia del cine por el uso que hace de las elipsis. En una historia
de suspense psicológico que le hace a uno pensar que el cine
está loco en ciertas ocasiones.
Shutter.
Shutter
intenta dar otro giro de tuerca a las consabidas historietas de fantasmas
que de vez en cuando muestran el careto en alguna foto. Parece mentira,
pero existen muchas fotos con sombras raras, figuras que parecen asemejarse
a la presencia de un espíritu. Algunas trucadas y otras no. Sólo
hay un formato que no puede trucarse: el de la polaroid, una cámara
que dará mucho juego durante todo el metraje. Si queremos hablar
de esto, ¿quién sería nuestro protagonista ideal?
Pues un fotógrafo con una vida feliz pero que esconde algo turbio
en su pasado. Ya lo dice la Santa Madre Iglesia y lo refrenda ‘Shutter’:
tus pecados se volverán contra ti. Porque por muy guapito de
cara que seas, y por muy bien que tires las fotos, algo tienes que haber
hecho. Ese espíritu que te ronda no puede estar ahí porqué
si. ¿Qué me ocultas? ¿Eh, fotógrafo? Y aunque
parezca mentira esa es toda la pregunta que te llegas a formular en
toda la película. Una mezcla entre cine de suspense y terror
adolescente para públicos poco exigentes, con destellos visuales
y creativos bastante aceptables, pero que a la hora de conjugarlos caen
la zafiedad más absoluta embadurnando el producto final de algo
así como miel caducada.
CONTINUARÁ...
Primera
parte
Segunda
parte