Uno
de los grandes atractivos de esa insólita bienal es el
querer conectar también con el público que no
acude ni a museos ni a galerías, que se siente extraño
cuando se atreve a entrar en uno de esos lugares que se pretenden
santuarios de la cultura. Por una vez la fotografía se
ha instalado en la calle. Junto al Sena, en los muelles del
río, en gran formato. Detrás de cada imagen el
decorado de la ciudad. De pronto, africanos, asiáticos
o latinoamericanos aparecen completamente integrados en la arquitectura
especial de París, la capital de los símbolos.
Además de los muelles del Sena algunas embajadas -la
de Australia, la de China, la brasileña, algunos museos
o centros culturales de la capital francesa- se han sumado a
la operación.
La operación tiene como gran impulsor el Museo del Quai
Branly, el dedicado a las llamadas ‘artes primeras’.
Su presidente, Stéphane Martin, lucha contra ‘la
concepción aristocrática de los saberes que instaura
una jerarquía entre las artes y los pueblos’. Martin
no quiere que su museo lo sea de culturas condenadas a la desaparición,
no quiere tampoco que queden relegadas a repetir un estereotipo
de exotismo o primitivismo. Y aún menos desea que el
atractivo del museo se vaya agotando tras la visita entusiasta
de sus primeros descubridores. Por eso apuesta por fotógrafos
de otras latitudes y organiza acontecimientos con capacidad
de arrastre que va más allá del parisiense curioso.
Cada cual es libre de pensar lo que quiera sobre la idea de
que todas las culturas son igualmente completas y autosuficientes
-o incompletas y dependientes, que viene a ser lo mismo-, pero
nadie puede cerrar los ojos ante esos centenares de imágenes
venidas de lejos.
‘El mundo mira el mundo’, este es el objetivo de
los comisarios de la exposición, 10 franceses y 10 extranjeros.
Y han optado por declinar esa mirada a partir de tres grandes
temas o áreas: la metamorfosis, la ficción y la
confrontación. Son temas abiertos que permiten incluirlo
todo dentro de su enunciado.
Decenas de fotógrafos desconocidos, fotógrafos
a los que esta bienal presta la atención que no conceden
las instituciones tradicionales, muestran que el mundo no sólo
puede ser otra cosa, sino que ya lo es. Basta con saber mirar.