NOVEDADES BIBLIOGRÁFICAS
El
día D de Churchill
Allen Packwood y Richard Dannatt,
Editorial Crítica, Barcelona, mayo, 2024.
Este
libro ofrece la oportunidad a los lectores de vivir la Invasión
de Normandía como la vivió el propio Winston Churchill.
Al amanecer del 6 de junio de 1944, el desembarco de la mayor armada
de buques jamás reunida comenzó a las 6:30 horas. Durante
la noche, los paracaidistas aseguraron el flanco oriental de la zona
de desembarco, mientras que otras Divisiones Aerotransportadas estadounidenses
protegían el flanco occidental para evitar contraataques alemanes.
Cuando Gran Bretaña se despertó con la noticia del desembarco,
la declaración formal ante la Cámara de los Comunes
recayó sobre su Primer Ministro,. Aunque Churchill era consciente
de la enorme responsabilidad que tenía para con los soldados
británicos y los civiles franceses, y aunque sabía que
sus oponentes políticos cuestionarían su liderazgo,
apenas compartirá las conversaciones, los pensamientos más
íntimos, las deliberaciones y las decisiones que ha estado
tomando y que seguirá tomando en este día. Todo pende
de un hilo.
España
diversa. Claves de una historia plural
Eduardo
Manzano, Editorial Crítica, Barcelona, abril, 2024.
La
historia de España es la historia de un pasado cambiante, paradójico
e inasequible a la simplificación, cuya riqueza y complejidad
recupera en este libro su centralidad. Frente a interesadas lecturas
esencialistas y a ideológicos combates por el relato que abundan
en la actualidad, Eduardo Manzano nos propone un apasionado y apasionante
viaje para redescubrir este legado en forma de mosaico de identidades,
culturas, territorios, lenguas y civilizaciones. Desde la Hispania romana
a la carrera de Indias, desde el Al-Andalus musulmán a la Transición
y desde el Sefarad judío a la unificación borbónica,
se ofrecen las claves de una historia plural y provocadora, documentada
e irónica.
Con una narrativa potente, alejada del lenguaje académico y no
falta de ironía, libro no solo desescombra la historia de España
de tópicos, sino que nos enseña que es el cambio, y no
el mantenimiento de las esencias, lo que nos caracteriza.
Capítulo 1
¿DE QUÉ HABLAMOS CUANDO HABLAMOS DE HISTORIA DE ESPAÑA?
El paisaje de un país diverso La península ibérica
es un territorio singular y muy extenso. En sus más de medio
millón de kilómetros cuadrados caben juntos los territorios
que componen buena parte de Alemania, los Países Bajos, casi
la mitad de Francia, el norte de Italia, así como toda Suiza,
Bélgica, Chequia y Luxemburgo. Ir de un extremo a otro de
la península es lo mismo que atravesar el corazón
de Europa. Cádiz está separada de Gerona por la misma
distancia que hay entre Praga y Lyon, mientras que para ir de La
Coruña a Almería es preciso recorrer más o
menos los mismos kilómetros que hay entre Bruselas y Bolonia.
La diversidad, que asumimos que existe cuando viajamos por el continente,
es la misma que encontramos también en su rincón suroccidental.
Esto era algo reconocido ya por los autores clásicos, que
hablaban de pelendones, autrigones, astures, vascones, vacceos,
lobetanos y un largo etcétera de pueblos prerromanos con
lenguas, religiones o costumbres distintas. Si hay que buscar, pues,
un rasgo originario en la historia de España, ése
no es otro más que la diversidad.
Los ríos y montañas de la península ibérica
configuran, además, una atormentada orografía que
dibuja regiones bien diferenciadas y muy mal comunicadas, en las
que los marcos urbanos han tendido a ser muy estables. Uno de los
rasgos que caracteriza a muchas ciudades españolas es que
llevan existiendo en el mismo lugar desde hace milenios. Cádiz
o Málaga, por ejemplo, fueron fundadas por los fenicios hace
casi tres mil años en la misma ubicación que ocupan
hoy en día. Casi la mitad de las actuales capitales de provincia,
y muchas ciudades de tamaño medio, existían ya en
época romana, y aunque sufrieron un fuerte declive tras el
fin del imperio, la mayor parte se convirtieron en obispados y sobrevivieron
mal que bien en época visigoda.
La
armadura de la luz
Ken
Follett, Editorial Plaza&Janés, Barcelona, septiembre,
2023.
Se
trata de la quinta entrega de la saga “Los pilares de la Tierra”,
que arranca en la ciudad de Kingsbridge en 1792, donde un gobierno despótico
está decidido a convertir Inglaterra en un poderoso imperio comercial.
Los nuevos avances industriales se imponen de manera implacable, sacudiendo
las vidas de los trabajadores de las prósperas fábricas
textiles de Kingsbridge.
Las máquinas abren un mundo de oportunidades ligado, sin embargo,
a la crueldad más despiadada.
Los conflictos y brutalidad de la Revolución Industrial se verán
además agravados porque, al otro lado del mar, Napoleón
prepara un violento plan para convertirse en emperador del mundo. Y
a medida que el estallido de un conflicto parece cada vez más
cerca, la historia de un pequeño grupo de personas -la decidida
hilandera Sal Clitheroe, el idealista David Shoveller y Kit, el brillante
hijo de Sal- se convertirá en el símbolo de la lucha de
toda una generación que desea progresar y pelea por un futuro
sin opresión...
1.
Sal Clitheroe nunca había oído gritar a su marido,
hasta ese día. A partir de entonces, no volvería a
oírlo gritar jamás, salvo en sueños.
Era mediodía cuando llegó a Brook Field. Sabía
qué hora era por la textura de la luz que asomaba tímidamente
entre las nubes gris perla que encapotaban el cielo. El campo era
una extensión de poco más de hectárea y media
de terreno llano y embarrado, con un impetuoso riachuelo que fluía
por un lado y una loma baja en el extremo sur. El día era
frío y seco, pero había llovido durante toda la semana,
y Sal se abrió paso chapoteando entre los charcos, con el
pegajoso fango tratando de arrancarle los zapatos hechos con sus
propias manos. Le costaba trabajo avanzar por el lodazal, pero era
una mujer grande y fuerte y no se cansaba con facilidad.
Había cuatro hombres recogiendo una cosecha invernal de nabos,
agachándose, incorporándose y levantando y apilando
los tubérculos nudosos de color pardo en unas cestas amplias
y bajas llamadas corbes. Cuando el corbe estaba lleno hasta arriba,
el jornalero lo llevaba al pie de la loma y volcaba los nabos en
el interior de un robusto carro de roble de cuatro ruedas. Sal vio
que los hombres casi habían terminado, pues no quedaba ni
un solo nabo en la parte más próxima del campo y los
jornaleros ya habían alcanzado la ladera del monte.
Todos iban vestidos de igual modo: llevaban camisas sin cuello,
calzones cortos hasta la rodilla tejidos a mano por sus mujeres
y chalecos que habían comprado de segunda mano o bien heredado
de entre la ropa desechada por hombres de las clases más
pudientes. Los chalecos nunca se desgastaban. El padre de Sal había
tenido uno muy elegante, un chaleco cruzado a rayas rojas y marrones
y ribeteado con cordoncillo, sin duda descartado por algún
dandi de ciudad. Su hija nunca lo había visto vestido con
otra cosa, y lo habían enterrado con él.
Los jornaleros iban calzados con botas usadas y remendadas una y
otra vez, y todos llevaban la cabeza cubierta con una prenda distinta:
un gorro de pelo de conejo, un sombrero de paja de ala ancha, un
sombrero alto de fieltro y un sombrero de tres picos que podía
haber pertenecido a un oficial de la armada.
Sal reconoció el gorro de pelo. Era de su marido, Harry,
y se lo había hecho ella misma, después de cazar al
conejo, matarlo de una pedrada, desollarlo y guisarlo a la cazuela
con una cebolla. Aunque habría reconocido a Harry también
sin el gorro, incluso de lejos, por la barba pelirroja.
Revolución
Arturo
Pérez-Reverte, Editorial Alfaguara, Barcelona, octubre,
2022.
Esta
novela es mucho más que una novela sobre los dramáticos
acontecimientos que sacudieron la república mexicana en el primer
tercio del siglo XX. Se trata de la historia de un hombre, una revolución
y un tesoro. La revolución fue la de México, en tiempos
de Emiliano Zapata y Francisco Villa. El tesoro fueron quince mil monedas
de oro de a veinte pesos de las denominadas maximilianos, robadas en
un banco de Ciudad Juárez el 8 de mayo de 1911. El hombre se
llamaba Martín Garret Ortiz, y todo empezó para él
la mañana de ese mismo día, cuando oyó un disparo
lejano.
El protagonista de “Revolución” se presenta al comienzo
como un hombre crédulo e inocente, rasgos propios de su edad,
pero a lo largo de la novela evolucionará hasta convertirse en
un hombre bien parado, de pensamientos claros y con la carga de un pasado
inquietante a sus espaldas. En su alborotado camino iniciático,
termina por convertirse en un hombre que avanza en su día a día
sin vacilaciones, con paso seguro y sin amedrentarse en ningún
momento ante la posibilidad de la muerte.
Como por obra de la casualidad o el destino, Martín Garret Ortiz
terminará por sumarse al ejército revolucionario de Pancho
Villa. Al lado de esos compañeros inesperados, vivirá
un viaje duro, arriesgado, sin concesiones ni segundas oportunidades,
que le enseñará los avatares de la guerra y los agrios
desquites de los amores ingratos.
Un relato de iniciación y madurez a través del caos, la
lucidez y la violencia: el asombroso descubrimiento de las reglas ocultas
que determinan el amor, la lealtad, la muerte y la vida.
“Toda la vida escuché en mi casa la historia de aquel amigo
de mi bisabuelo, ingeniero de minas, que trabajó en México
en plena revolución. Ese recuerdo remoto me ha aproximado a mi
propia relación con la aventura y me ha llevado a escribir esta
historia. Es una novela de iniciación y aprendizaje y es, de
algún modo, mi propia biografía de juventud. Es mi Flecha
de oro”. Arturo Pérez-Reverte.
1. El Banco de Chihuahua
Ésta es la historia de un hombre, una revolución y
un tesoro. La revolución fue la de México, en tiempos
de Emiliano Zapata y Francisco Villa. El tesoro fueron quince mil
monedas de oro de a veinte pesos de las denominadas maximilianos,
robadas en un banco de Ciudad Juárez el 8 de mayo de 1911.
El hombre se llamaba Martín Garret Ortiz, y todo empezó
para él la mañana de ese mismo día, cuando
oyó un disparo lejano. Pam, hizo, seguido de un eco que fue
apagándose en la calle. Y después sonaron otros dos
seguidos: pam, pam.
Dejó sobre la mesa el libro que estaba leyendo —La
energía eléctrica en la moderna explotación
minera— y se asomó al mirador apartando los visillos.
Parecían tiros de fusil disparados a dos o tres manzanas
de allí. A un par de cuadras, como decían los mexicanos.
Al cabo de un momento sonaron otros, esta vez más cerca.
Sobre los tejados de las casas bajas y chatas se levantó
una columna de humo primero gris y luego negro que la ausencia de
viento mantenía vertical en el azul cegador de la mañana.
Ahora el tiroteo era más nutrido, tornándose un chisporrotear
de estampidos: pam, crac, crac, pam, crac, pam. Así sonaba,
y el eco volvía a multiplicar el ruido. Era un crepitar intenso,
semejante al arder de madera seca, que parecía extenderse
por todas partes.
Ya empezó, se dijo, excitado. Ya los tenemos ahí.
Era Martín Garret un joven curioso, todavía en esa
edad —veinticuatro años cumplidos dos meses atrás—
en la que uno cree hallarse a salvo de los imprevistos del azar
y de las balas perdidas que zumban en las calles. Pero, sobre todo,
se aburría en su habitación del hotel Monte Carlo
esperando la reapertura de las minas Piedra Chiquita, cerradas por
la inseguridad política en el norte del país. Así
que la novedad pudo más que la prudencia. Se abotonó
el chaleco y ajustó la corbata, cogió sombrero y chaqueta
e introdujo en ésta un pequeño revólver Orbea
niquelado con cinco cartuchos de calibre 38 en el tambor. Aquel
peso en el bolsillo derecho inspiraba cierta seguridad. Después
bajó de dos en dos peldaños las escaleras, pasó
junto al asustado conserje, que asomaba apenas los bigotes tras
el mostrador del vestíbulo, y salió a la calle
Quería mirar, verlo todo con sus propios ojos ávidos.
Desde que llegó de España, el joven ingeniero de minas
había seguido la evolución de los acontecimientos
a través de los periódicos nacionales y estadounidenses.
Todos hablaban de la inminencia del conflicto, de la inestabilidad
del presidente Porfirio Díaz, de cómo los descontentos
se unían en torno al opositor Francisco Madero. En los últimos
meses se habían sucedido tensiones políticas, hechos
ominosos, incidentes que incluían cada vez más sangre.
Incluso verdaderos combates. Las partidas de bandidos, pequeños
rancheros o campesinos desesperados se agrupaban ahora en brigadas
con organización casi militar, bajo cabecillas que reclamaban
justicia y pan para el pueblo, sumido en la miseria por hacendados
arrogantes y por un gabinete presidencial ajeno a la razón.
Para cualquier mexicano de las clases medias y bajas, la palabra
gobierno era sinónimo de enemigo. Por eso los insurrectos
querían Ciudad Juárez, principal paso fronterizo con
los Estados Unidos. Se habían acercado en los días
anteriores, ocupando posiciones en torno a la ciudad. Acumulando
fuerzas. Ahora empezaba la verdadera lucha y quizá la revolución.
Esclava
de la libertad
Ildefonso
Falcones, Editorial Grijalbo, Barcelona, agosto, 2022.
La
novela narra la apasionada lucha por la libertad de dos mujeres negras
en épocas distintas: la Cuba esclavista colonial y la España
del siglo XXI.
En Cuba, la protagonista es Kaweka, una muchacha que vivirá en
primera persona el horror de la esclavitud, pero que pronto demostrará
a quienes la rodean que posee la facultad de comulgar con Yemayá,
una diosa voluble que, en ocasiones, le concede el don de la curación
y le proporciona la fuerza para liderar a sus hermanos de raza en la
arriesgada lucha por la libertad.
En Madrid está Lita, una joven mulata, hija de una mujer que
lleva toda la vida sirviendo en casa de los marqueses de Santadoma,
en pleno barrio de Salamanca. A pesar de tener estudios y ambición
profesional, la precariedad laboral obliga a Lita a recurrir a los todopoderosos
señores de Santadoma en busca de una oportunidad en la banca
propiedad del marqués. A medida que se sumerge en las finanzas
de la empresa y en el pasado de esa riquísima familia, la joven
descubre los orígenes de su fortuna y decide emprender una batalla
legal en favor de la dignidad y la justicia.
Cuba, 1856
Playa de Jibacoa
Sobre la arena se apiñaba una muchedumbre compuesta por centenares
de miserables. Los sollozos, los lamentos y los quejidos se estrellaban
contra las órdenes de los capataces y el restallar de los
látigos. Había allí setecientas jóvenes
y niñas de origen africano, de piel negra y color chocolate;
desnudas las más, harapientas otras, desnutridas todas, débiles,
muchas enfermas. Lloraban desde el inicio de su infortunio, en África,
tras ser capturadas en alguna de las numerosas guerras tribales.
Lloraron a lo largo de su peregrinaje hacia la costa de Benín,
unidas en largas filas por cadenas con argollas en cuellos y manos.
Luego llegó una espera incierta, encarceladas en factorías
junto al mar, para, al cabo de un tiempo, tras agruparlas en un
contingente de hembras jóvenes entre las que se colaron unas
decenas de niños, afrontar la terrible travesía hacinadas
en la bodega de un barco rápido, un clíper, que en
menos de tres meses acabó por desembarcarlas en la isla caribeña.
Más de un centenar de las consignadas fallecieron en el trayecto,
y casi todas las supervivientes se vieron en la tesitura de tener
que convivir con su agonía, sin medios para ayudarlas y sin
palabras para darles esperanza, todas acostadas sobre sus propias
heces. Creyeron agotar las lágrimas al dormir junto a sus
cuerpos fríos mientras esperaban que el médico o algún
marinero se apercibiera de su muerte, recogiera el cadáver
y lo arrojara al mar para alimento de tiburones.
Sin embargo, Kaweka, de once años, se esforzaba por tapar
el cuerpo de Daye, su hermana menor, en cuanto se abría la
escotilla, la luz acuchillaba el ambiente pútrido de la bodega
y descendía algún tripulante. Había prometido
cuidar de ella. Le dio su palabra cuando las apresaron, y la consoló
día tras día, reprimiendo sus propias lágrimas,
su tremenda congoja cada vez que su hermana clamaba por su madre
y se hundía en el dolor. La pequeña se le deshizo
durante la travesía, entre los brazos; ella le habló,
la acunó, le cantó al oído, con dulzura, olvidando
las cadenas que las ataban, la animó con paraísos
que sabía imposibles, pero la niña se apagó
en unos días y dejó de contestar, de sollozar y de
respirar… O quizá no. Tal vez no estuviera muerta,
solo quieta, y respirase flojito, como era habitual en ella. Kaweka
no lo sabía. ¿Y si solo durmiese? Los dioses eran
caprichosos, eso aseguraban su madre y su abuelo. Daye podía
despertar en cualquier momento. Algunas veces sucedía; eso
le habían contado también su madre y su abuelo, pero
ninguno de los dos estaba allí para curarla, como hacían
con otros niños del poblado. Así que la cubrió
con su cuerpo y trató de esconderla hasta que unas chicas
mayores, más allá de la línea en la que se
encontraban aherrojadas ella y su hermana, la delataron dos días
después de esperar en vano el milagro.
1000
años de alegrías y penas
Ai
Weiwei, Editorial Debate, Barcelona, noviembre, 2021.
Ai
Weiwei uno de los artistas más famosos del mundo, es un creador
que rebasa los límites del mundo del arte y ha logrado ser un
fenómeno social, un valiente activista y un apasionado defensor
de la libertad de expresión. En este libro de memorias habla
por primera vez de los orígenes de su creatividad y sus ideas
políticas, y explora con lucidez y agudeza la multitud de fuerzas
que han dado forma a la China moderna; un ejercicio que además
traza una extraordinaria historia del país durante los últimos
cien años.
Las esculturas e instalaciones de Weiwei son admiradas en todo el mundo,
y sus logros arquitectónicos incluyen la participación
en el diseño del icónico Estadio Nacional de Pekín.
No obstante, su disidencia lo ha convertido durante mucho tiempo en
un objetivo de las autoridades chinas, lo que dio lugar a una detención
secreta en 2011. Su padre, Ai Qing, uno de los poetas chinos más
célebres del siglo XX y en su día amigo íntimo
de Mao Zedong, fue calificado de derechista durante la Revolución
Cultural, y él y su familia fueron desterrados a un lugar desolado
conocido como «la Pequeña Siberia», donde fue condenado
a trabajos forzados limpiando baños públicos. En esta
obra, el artista relata su infancia en el exilio y la difícil
decisión de dejar a su familia para estudiar arte en Estados
Unidos, donde trabó amistad con Allen Ginsberg y se inspiró
en Andy Warhol. Con franqueza e ingenio, detalla su regreso a China
y su ascenso de figura anónima a superestrella del mundo del
arte.
1
Noche diáfana
Una risa escandalosa estalla en el camino.
Una panda de borrachos sale del pueblo dormido,
Armando jaleo, hacia los campos dormidos
En esta noche, esta noche diáfana.
Versos de «Noche diáfana», escritos por
mi padre en la cárcel de Shanghái, en 1932 .
Nací en 1957, ocho años después de que se fundara
la «Nueva China». Mi padre tenía cuarenta y siete.
Durante mi niñez, mi padre casi nunca hablaba del pasado,
porque todo lo envolvía la espesa niebla del discurso político
dominante y cualquier indagación de los hechos podía
provocar represalias demasiado terribles; no merecía la pena
correr el riesgo. Cuando el pueblo chino se plegó a las exigencias
del régimen lo pagó con la muerte de su espíritu
y de la capacidad para contar las cosas tal como en verdad ocurrieron.
Tardé medio siglo en empezar a pensar seriamente en estas
cosas. El 3 de abril de 2011, cuando estaba a punto de tomar un
vuelo en el aeropuerto internacional de Pekín, un enjambre
de policías de paisano se me echó encima. Pasé
los siguientes ochenta y un días desaparecido en un agujero
negro. Fue ahí, en mi encierro, cuando me puse a reflexionar
sobre el pasado: pensaba, sobre todo, en mi padre, intentaba imaginarme
cómo fue su vida entre rejas, ochenta años antes,
en una prisión nacionalista.[1] Caí en la cuenta de
que apenas sabía nada de aquel calvario suyo, de que nunca
me había interesado de verdad por su vida. En mi niñez,
el adoctrinamiento ideológico proyectaba sobre nosotros una
luz tan invasiva e intensa que nuestros recuerdos se esfumaron como
sombras. Los recuerdos eran un fardo del que convenía deshacerse.
La gente no tardó en perder no solo la voluntad, sino también
la facultad de recordar. Cuando el ayer, el mañana y el hoy
se diluyen en un borrón informe, la memoria —salvo
por su peligro potencial— no significa nada.
A
fuego lento
Paula Hawkins, Editorial
Planeta, Barcelona, septiembre, 2021.
El
descubrimiento del cuerpo de un joven asesinado brutalmente en una casa
flotante de Londres desencadena sospechas sobre tres mujeres. Laura
es la chica conflictiva que quedó con la víctima la noche
en que murió; Carla, aún de luto por la muerte de un familiar,
es la tía del joven; y Miriam es la indiscreta vecina que oculta
información sobre el caso a la policía. Tres mujeres que
no se conocen, pero que tienen distintas conexiones con la víctima.
Tres mujeres que, por diferentes razones, viven con resentimiento y
que, consciente o inconscientemente, esperan el momento de reparar el
daño que se les ha hecho.
Ambientada en el Londres de la actualidad, Paula Hawkins explora las
razones últimas que pueden llevar a una persona que haya sufrido
a matar, y lo hace a través de tres mujeres que se enfrentan
a los prejuicios que la sociedad proyecta sobre ellas.
De
ninguna parte
Julia Navarro, Plaza &
Janes editores, Barcelona, agosto, 2021.
Abir
Nasr es un adolescente que presencia, impotente, el asesinato de su
familia durante una misión del ejército israelí
en el sur de Líbano. Ante los cadáveres de su madre y
hermana pequeña, jura que perseguirá a los culpables durante
el resto de su vida.
Noche tras noche la amenaza de Abir irrumpe en el sueño de Jacob
Baudin, uno de los soldados que ha participado en la acción mientras
cumplía con el servicio militar obligatorio, enfrentándose
al dilema de luchar contra enemigos que no ha elegido. Jacob, hijo de
padres franceses, no deja de sentirse un emigrante en Israel e intenta
reconciliarse con una identidad que le viene dada por su condición
de judío.
Después de la tragedia, Abir es acogido por unos familiares en
París, donde se siente atrapado entre dos mundos irreconciliables,
el asfixiante núcleo familiar y la sociedad abierta que le ofrece
libertad y que encarnan dos jóvenes: su prima Noura, que se rebela
contra las imposiciones del integrismo religioso de su padre y Marion,
una adolescente hermosa y vitalista, de la que se enamora de forma obsesiva.
Esta novela es un viaje a los confines de la conciencia de dos hombres
que se ven obligados a vivir de acuerdo a unas identidades que no han
escogido y de las que es difícil escapar, cuyas vidas se vuelven
a cruzar años más tarde en Bruselas bajo el humo de las
bombas con las que El Círculo, una organización islamista,
siembra el terror en el corazón de Europa.
Una historia que hunde sus raíces en la naturaleza humana y sus
claroscuros, y que nos invita a reflexionar sobre cada una de nuestras
certezas.
El
vigilante nocturno
Louise Erdrich, Ediciones
Destino, Madrid, julio, 2021.
1953,
Dakota del Norte. Thomas Wazhashk es el vigilante nocturno de la primera
fábrica inaugurada cerca de la reserva india de Turtle Mountain.
También es un prominente miembro del Consejo Chippewa, desconcertado
por un nuevo proyecto de ley que pronto se presentará ante el
Congreso. El Gobierno de los Estados Unidos califica la medida como
«una emancipación», pero más bien parece restringir
aún más la libertad y los derechos de los nativos americanos
sobre su tierra, sobre la base de su identidad. Thomas, indignado por
esa nueva traición a su pueblo y aunque tenga que enfrentarse
a todo Washington D. C., hará lo imposible por combatirla.
Por otro lado, y a diferencia de la mayoría de las chicas de
la comunidad, Pixie Paranteau no piensa cargar de ninguna manera con
un marido y montones de hijos. Bastante tiene ya con su trabajo en la
fábrica, ganando apenas lo suficiente para mantener a su madre
y a su hermano, por no hablar de su padre, quien solo aparece cuando
necesita dinero para seguir bebiendo. Además, Pixie necesita
ahorrar cada centavo para llegar a Minnesota y encontrar a Vera, su
hermana perdida.
Basada en la extraordinaria vida de su abuelo, Louise Erdrich nos entrega
en El vigilante nocturno una de sus mejores novelas, una historia de
generaciones pasadas y futuras, de preservación y progreso, en
la que colisionan los peores y los mejores impulsos de la naturaleza
humana, iluminando así las vidas y sueños de todos sus
personajes.
Sira
María
Dueñas, Editorial Planeta, Barcelona, abril, 2021.
La
Segunda Gran Guerra llega a su fin y el mundo emprende una tortuosa
reconstrucción. Concluidas sus funciones como colaboradora de
los Servicios Secretos británicos, Sira afronta el futuro con
ansias de serenidad. No lo logrará, sin embargo. El destino le
tendrá preparada una trágica desventura que la obligará
a reinventarse, tomar sola las riendas de su vida y luchar con garra
para encauzar el porvenir.
Entre hechos históricos que marcarán una época,
Jerusalén, Londres, Madrid y Tánger serán los escenarios
por los que transite. En ellos afrontará desgarros y reencuentros,
cometidos arriesgados y la experiencia de la maternidad.
Sira Bonnard, antes Arish Agoriuq, antes Sira Quiroga, ya no es la inocente
costurera que nos deslumbró entre patrones y mensajes clandestinos,
pero su atractivo permanece intacto.
Aquella máquina de escribir no reventó mi
destino. Me equivoqué al pensarlo cuando aún era joven
e ignorante; cuando todavía no había archivado en
mi memoria palabras como violencia, amargura, desolación
o rabia, y era incapaz de anticipar los desgarros que la vida me
tenía previstos. No, mi destino no lo trastocó un
inocente mecanismo destinado a juntar letras. Ojalá hubiese
sido así, pero el porvenir me reservaba un azar distinto.
Trescientos cincuenta kilos de explosivos depositados en los bajos
de un hotel en Jerusalén: algo infinitamente más siniestro.
El verano de 1945 nos trasladó al Cercano Oriente; atrás
dejamos una España hambrienta y sumisa, y una Europa masacrada
que iniciaba su reconstrucción con doloroso esfuerzo. Un
año y unos meses antes, por convencimiento mutuo y para protegerme
ante indeseables contingencias en mis funciones como colaboradora
de los servicios secretos británicos, Marcus y yo contrajimos
matrimonio en Gibraltar un ventoso día de marzo, con la Península
a un lado y el norte de África al otro, los territorios dispares
y entrañablemente cercanos que tanto significaban para nosotros.
Delparaíso
Juan del Val, Editorial Espasa,
Barcelona, enero, 2021.
Delparaíso
es un lugar seguro, una de las urbanizaciones más seguras, vigilado
las 24 horas, lujoso e aparentemente inexpugnable. Sin embargo, sus
muros no protegen del miedo, del amor, de la tristeza, del deseo y de
la muerte. Ya que los habitantes de este exclusivo lugar se enredan
con la misma facilidad que las de cualquier vecino. Detrás de
cada puerta se esconde una historia diferente. Y cuando esas historias
se cruzan el resultado puede ser como un coctel molotov.
Juan del Val dirige su mirada, lúcida e implacable, a este mundo
tan hermético como inaccesible para construir una narración
absorbente, a veces divertida y a menudo incómoda. Bajo su aparente
sencillez, prácticamente en cada página el lector tendrá
que enfrentarse a un dilema moral.
Luis Prado le da un beso a su mujer y siente que ella puede
darse cuenta. Le pasa siempre lo mismo, pero la respuesta rutinaria
de Eli le tranquiliza y su respiración vuelve a ser acompasada.
«¿Qué tal el día?». Luis pasa por
encima en el repaso de su jornada en Urquijo-Prado, el despacho
de abogados del que es dueño junto a su cuñado Borja
Urquijo, el único hermano de Eli. Luis Prado lleva haciéndose
cargo de todo desde hace meses. Así tendrá que ser
hasta que Borja se recupere, vuelva a trabajar y a ser el que era,
si es que eso sucede alguna vez.
Eli Urquijo no quiere que nadie la llame Elisa. Casi nadie lo hace,
salvo Luis, que cuando discuten, finge que no se da cuenta: «No
me jodas, Elisa; deja de gritar, Elisa; no sé de qué
me hablas, Elisa…». Eli se siente mayor. Primero empezó
sintiéndose gorda y ahora se siente mayor y gorda. Así
se ve ella. Nota que sus muslos se ablandan según pasan los
días, gelatinosos, la piel se hunde y remonta hasta el siguiente
hoyuelo. A veces se ilusiona mientras se aplica la crema anticelulítica
antes de irse a dormir, estira la piel de los muslos con las dos
manos dándoles una tersura instantánea, ficticia,
que dura hasta que las manos dejan de hacer fuerza y a sus muslos
vuelven los cráteres.
Es herencia de su madre. La primera liposucción hizo algún
efecto, la segunda ya apenas se notó. Claro que en la primera
era más joven, nada más nacer Cristina. La segunda
se la hizo cuando llegaron los mellizos. Mañana cumplen diez
años y ella no ha vuelto a recuperar su peso.
Sabe que le faltan por recuperar muchas más cosas y de vez
en cuando tiene miedo de que ya no le dé tiempo. Mañana
cumple cuarenta y cinco años. Su médico programó
la cesárea para que Luis y Martina nacieran el mismo día
que ella.
A
propósito de nada
Woody Allen, Editorial Alianza,
Barcelona, mayo, 2020.
Se
trata de la autobiografía de Woody Allen, que está dedicada
a su mujer Soon-Yi Previn, quien fuera la hija adoptiva de su ex, Mia
Farro. En ella ofrece con todo lujo de detalles sus 84 años de
vida, narra tanto su lado personal como profesional, y describe su labor
en películas, teatro, televisión, clubs nocturnos y obra
impresa, tanto libros como prensa.
Allen también habla de sus relaciones con familiares y amigos,
y de los amores de su vida. Hace gala de su famoso sarcasmo, y tiene
un destacado objetivo: defenderse de las acusaciones de abusos de su
hija adoptiva Dylan Farrow.
Al igual que le ocurría a Holden, no me da la gana
de meterme en todas esas gilipolleces al estilo David Copperfield,
aunque, en mi caso, algunos pocos datos sobre mis padres tal vez
os resulten más interesantes que leer sobre mí. Por
ejemplo, mi padre, nacido en Brooklyn cuando aquello no era más
que un montón de granjas, recogepelotas para los primeros
Brooklyn Dodgers, buscavidas de billar americano, corredor de apuestas,
un hombre pequeño pero un judío duro, que usaba camisas
extravagantes y llevaba el pelo peinado hacia atrás, reluciente
como el charol, à la George Raft. Nada de escuela secundaria,
en la armada a los dieciséis, miembro de un pelotón
de fusilamiento en Francia que ejecutó a un marino estadounidense
por haber violado a una chica del lugar. Tirador condecorado al
que le encantaba apretar el gatillo y que siempre llevaba una pistola
encima hasta el día que murió, sin haber perdido ninguno
de sus cabellos plateados y con una visión perfecta y superior
a la normal. Una noche, durante la Primera Guerra Mundial, su embarcación
fue alcanzada por un proyectil en las heladas aguas de Europa a
cierta distancia de la costa. El barco se hundió. Todos se
ahogaron, excepto tres tipos que nadaron varios kilómetros
y llegaron a la orilla. Él fue uno de esos tres que consiguieron
derrotar al océano Atlántico. Pero yo estuve así
de cerca de no haber nacido. La guerra llegó a su fin. Su
propio padre, que había ganado algo de pasta, siempre lo
malcriaba y lo favorecía desvergonzadamente por encima de
los retrasados de sus dos hermanos. Y lo de «retrasados»
lo digo en serio. De niño, la hermana de mi padre siempre
me recordaba a esos fenómenos de los circos a los que se
llama «cabezas de aguja». Su hermano, un tipo débil
y pálido que parecía un degenerado, recorría
las calles de Flatbush vendiendo periódicos hasta que fue
disolviéndose como una galleta descolorida. Primero se puso
blanco, luego más blanco, luego desapareció. De manera
que el papá de mi papá le compró a su marinerito
favorito un coche muy llamativo con el que este se dio algunas vueltas
por la Europa de la posguerra. Cuando volvió, el viejo, mi
abuelo, ya había añadido unos cuantos ceros a su cuenta
bancaria y fumaba cigarros Corona de los buenos. Era el único
judío que trabajaba como viajante en una importante compañía
de café. Mi padre empieza a hacer mandados para él,
y un día, cuando estaba acarreando algunos sacos de café,
pasa delante de un tribunal y ve bajar por las escaleras al «Niño»
Dropper, un matón de aquella época. El «Niño»
se sube a un coche y un tipejo insignificante llamado Louie Cohen
salta sobre el vehículo y dispara cuatro tiros por la ventanilla
mientras mi padre se queda ahí mirando. El viejo me relató
esa anécdota muchas veces como si fuera un cuento para antes
de dormir, y era mucho más emocionante que Pelusa, Pitusa,
Colita de Algodón y Perico, el conejo travieso.
El
mapa de los afectos
Ana Merino, Ediciones Destino,
Barcelona, febrero,
2020.
La
novela narra la historia de Valeria, una joven maestra de escuela que
tiene una relación secreta con Tom, treinta años mayor
que ella, que se enfrenta al dilema de los sentimientos y quiere entender
el significado del amor. En el pueblo donde enseña, Lilian desaparece
sin motivo aparente mientras su marido está en la otra punta
del mundo. Greg, un hombre a quien le pierden las mujeres, frecuenta
un club de alterne de los alrededores para ahuyentar su descontento,
hasta que un día se ve descubierto de la peor manera posible.
Es a partir de momentos como estos en el transcurrir de una pequeña
comunidad de la América profunda, que nos adentramos en los misterios
cotidianos de sus habitantes. Las vidas de todos ellos no solamente
se irán cruzando a lo largo de más de dos décadas,
sino que estarán condicionadas por la fuerza magnética
de los afectos, la aleatoriedad del azar o por la justicia poética
que a veces nos traen los acontecimientos más inesperados.
La
biblioteca de la luna
Francesc Miralles, Editorial
Espasa, Barcelona, junio, 2019.
La
novela discurre en un futuro más o menos cercano, en el que la
sociedad y la tecnología han evolucionado. Verne, un joven licenciado
en lingüística semita que trabaja en un call center de Los
Ángeles, está enamorado de Moira, una ingeniera de telecomunicaciones
que está trabajando en Exovillage, la primera colonia
humana en la Luna, un centro turístico creado por un magnate
llamado Kumar, destinado a grandes millonarios.
Ambos llevan muchos años siendo amigos íntimos, sin que
Verne, llevado por su carácter introspectivo, se haya atrevido
a dar el paso de declararle su amor; pero lo cierto es que desde que
la muchacha partió a la base lunar, a la que la ata un contrato
irrompible de 18 meses, se halla sumido en la desolación de no
poder verla, limitando su contacto a mensajes electrónicos poco
frecuentes, debido a las dificultades de comunicación con Exovillage.
Moira, por su parte, padece agudamente una especie de depresión
que califican como “melancolía espacial”, que la
hace sufrir mucho.
Ante la inminente apertura al público del complejo Verne presenta
una solicitud de incorporación para personal auxiliar de restauración
valiéndose de un currículum falseado. El joven logra trasladarse
allí para ejercer de bibliotecario (en la Tierra se prohibieron
los libros impresos para evitar la deforestación) y encontrará
textos que buscan la perfección intelectual. Verne descubrirá
que lo que le espera “allí arriba” no tiene nada
que ver con lo que había soñado. Las extrañas aventuras
que empezará a vivir en Exovillage, tras la misteriosa
desaparición de su fundador, le revelarán aspectos desconocidos
sobre Moira y sobre sí mismo.
1 HELLO
Querido Verne:
Antes de nada, quiero disculparme por haber tardado tanto en escribirte.
Sé que te lo prometí antes de irme, pero las cosas
no son nada fáciles aquí arriba. Hace ya tres semanas
que llegué y hasta hoy no he tenido un instante de respiro.
Cuando no estaba mareada o vomitando, me tenían a full configurando
esta maldita Exonet, que falla continuamente sin que sepamos por
qué. Supongo que sucede con todo lo que se hace por primera
vez. Mientras me paseo por estos tubos transparentes, como un hámster
en su jaula, pienso a menudo en ti. Con el nombre que te pusieron
tus padres, deberías ser tú quien esté en el
Exovillage, si no fuera porque yo estudié telecos y por aquí
no necesitan expertos en sánscrito.
En todo caso, no te pierdes mucho. Ninguno de los sesenta trabajadores
que montamos el complejo hotelero puede salir afuera. Hay vehículos
lunares, pero están reservados para los millonarios que empezarán
a subir aquí en un mes, tras pagar las vacaciones más
caras del sistema solar.
_______________________
PUBLICIDAD
_______________________
|
|