Roma
es la ciudad que posee el mayor museo subterráneo del
mundo, basta hacer cualquier socavón para encontrar nuevas
piezas. Los sondeos llevados en doce plazas para la tercera
línea del Metro han comenzado a cosechar hallazgos, que
se multiplicarán cuando comiencen las obras de las nuevas
estaciones. Por primera vez, constructores y arqueólogos
trabajan en equipo desde el principio, confirmando la alianza
formada en los últimos años de obras en el subsuelo
de la Ciudad Eterna.
Según el superintendente arqueológico de Roma,
Angelo Bottini, ‘esta vez vamos a examinar cada palada
de tierra, por lo que descubriremos piezas valiosas de nuestra
historia’. Por ironías de la fortuna, los primeros
objetos que salieron a la luz en las catas incluyen una espátula
de bronce para mezclar argamasa y un compás también
de bronce: los instrumentos de los constructores de hace dos
mil años.
Además de encontrar numerosas obras de arte, la ampliación
del Metro servirá para poner a prueba la integración
de arqueología preventiva y arqueología de emergencia,
cuya metodología teórica se ha desarrollado vigorosamente
en los últimos años y fue objeto de un importante
congreso en Venecia el pasado mes de noviembre.
Durante el medio siglo posterior a la Segunda Guerra Mundial,
la filosofía predominante entre los constructores en
Roma era excavar los cimientos a la carrera y a ser posible
de noche, destruyendo o escondiendo cualquier hallazgo para
evitar que los arqueólogos del Ayuntamiento les parasen
las obras, en el mejor caso varios meses y, en el peor, varias
décadas. Era una especie de juego nefasto para las obras
de arte, cuyos fragmentos se enterraban a toda prisa en los
vertederos o se regalaban secretamente a los amigos.
En los años noventa, las relaciones mejoraron: los arqueólogos
municipales empezaron a ser más ágiles y el Ayuntamiento
comenzó a tomar las decisiones con rapidez, por lo que
poco a poco las empresas se acostumbraron a cooperar con los
superintendentes del Patrimonio. Y, más adelante, a convertirse
en patrocinadoras de las excavaciones, con el consiguiente beneficio
publicitario posterior.
Una prueba de ello es la exposición ‘Roma, memorias
del subsuelo’, en las ‘Olearie Papali’, los
antiguos silos de aceite de los Estados Pontificios, situados
a su vez en las antiguas Termas de Diocleciano, un gigantesco
edificio cercano a la Estación Termini, que alberga también
una basílica, un gran museo arqueológico, un convento
y un planetario, reflejando el cambio en las necesidades de
espacio a lo largo de dos mil años. La exposición,
muestra el orgullo de las empresas convertidas ya en patrocinadoras
del descubrimiento del patrimonio cultural.