Según explicó
el propio coleccionista Manuel García Sánchez,
él y su esposa suelen pasear por el mercado de antigüedades
de la Plaza El Ángel de la Zona Rosa de Ciudad de México,
y recuerda que una tarde su mujer se fijó en la imagen
de un santo, tirada en el suelo de una tienda. La figura estaba
cubierta de lodo, con la cabeza separada del cuerpo, y a él
no le resultó especialmente atractiva, por lo que regateo
el precio inicial de mil pesos (unos setenta dólares),
hasta conseguir un precio más bajo.
Tras limpiarla y pegar la cabeza, la situaron en el salón
de su casa junto a la chimenea que encienden por tradición
cada fin de año, esto provocó que se resecaba
mucho la madera, por lo que decidieron trasladar la estatua
tres años después a la biblioteca.
Una noche, mientras leía oyó el sonido de un papel
al ser arrugado, buscó la procedencia del ruido y descubrió
un papel desprendiéndose de la figura. Al examinarlo
halló glifos en náhuatl (una de las lenguas indígenas
habladas en México) .
La escultura-códice, como él la llama, llegó
a sus manos porque quería mandar un mensaje desde la
época de la colonia. ‘El coleccionista no busca
la pieza, la pieza lo busca a uno’, es la filosofía
que mantiene García, quien recuerda cómo en otra
ocasión cayó en un pozo de agua y al agarrarse
para no ahogarse encontró entre sus manos una vasija
azteca con una cabeza de jaguar tallada.
En su opinión, ‘este códice es anterior
a la conquista (1521) y ellos (los aztecas) lo adosaron al santo
para evitar su destrucción’. ‘Eso es muy
importante porque si lo adosaron, ellos mandaron ese mensaje
porque sabían que iban a dejar de existir como nación
y como raza, y aunque eso ocurrió, su escrito nos llegó
y a mí me hace feliz haberlo encontrado y poder transmitirlo’,
dijo.
García Sánchez ha remitido la escultura al Instituto
Nacional de Antropología e Historia (INAH) para su restauración
y para que descifren el códice azteca, aunque ya se puede
adelantar que su contenido es de tipo económico porque
contiene glifos numerales y de territorios, como era costumbre
en los registros tributarios de la época.
El arqueólogo José Ignacio Sánchez explicó
que la figura policromada de madera del siglo XVI, probablemente
de 1550 o 1560, está muy deteriorada y comida por la
polilla y mide 82 centímetros de alto por 22 de ancho.
La estatua está cubierta en parte por el códice
de 22 centímetros de longitud hecho en papel amate del
centro de México, con la escritura hacia adentro para
ocultarla. En pocas ocasiones se han hallado códices
en estatuas católicas, apenas hay tres antecedentes,
aunque esta es la primera vez que no es una estatua de Cristo
de caña.
El arqueólogo consideró la posibilidad de que
los aztecas ocultaran estos documentos en estatuas sagradas
para recordar que las tierras son de los dioses y no de los
hombres.
Aunque García cedió los derechos de la escultura
y del códice al INAH, estos se lo van a devolver en comodato,
para que lo expongan de forma itinerante en museos por todo
el país y para que participe en 2010 de los actos de
celebración del bicentenario de la independencia de México
y el centenario de la Revolución.