La antigua aduana de Venecia
es ahora un museo de arte contemporáneo tras una enorme
intervención del arquitecto japonés Tadao Ando.
Este museo debe su nacimiento al multimillonario francés
François Pinault, quien se mostraba exultante ayer en
la presentación del nuevo centro, que exhibe parte de
su colección y que abrirá al público el
próximo sábado, víspera del inicio de la
53ª edición de la Bienal de Venecia.
Pinault ganó en 2007 el concurso convocado por el Ayuntamiento
de Venecia, para restaurar el antiguo edificio del siglo XVII,
abandonado y casi en ruinas. Competía por dotar al lugar
de un nuevo museo con la Fundación Guggenheim, que aportaba
un proyecto de Zaha Hadid.
Dos años de trabajo y 20 millones de euros han tornado
sus 5.000 metros cuadrados en un impresionante museo. La restauración
del inmueble dirigida por Ando parece respetuosa. Ha eliminado
los muchos añadidos al edificio construido por Giuseppe
Benoni en 1675. También ha recuperado el revestimiento
inicial de ladrillo y las vigas de madera de sus nueve grandes
naves. Sólo ha mantenido un añadido posterior;
en el centro del triángulo que conforma una especie de
patio cuadrangular en el que ha creado un cubo de hormigón
tratado flanqueado por dos escaleras al piso superior.
La exposición, 300 de las más de 2.500 obras de
la colección de Pinault, se presenta bajo el título
de ‘Mapping the studio’, título de un conocido
vídeo de Bruce Nauman y se supone que quiere mostrar
el paralelismo entre ‘la dimensión íntima
del estudio del artista y la visión personal y apasionada
de un coleccionista’, según los comisarios Alison
M. Gingeras y Francesco Bonami.
El arco cronológico es amplio, desde los cincuenta (Fontana)
hasta hoy, con abundancia de piezas realizadas en la última
década. Ofrece algunos elementos de reflexión.
Como la constante alternancia entre la pulsión de muerte
y de juego que aparece en muchas de las obras. Por ejemplo,
en Fucking Hell, nueve vitrinas de los hermanos Chapman (reconstruidas
después de su destrucción en un incendio en 2000)
en las que se recrea a modo de dioramas el infierno nazi transformando
los escenarios bélicos y campos de concentración
en una especie de abismo lleno de orcos sanguinarios, cadáveres
despedazados y cerdos comiendo las entrañas de los caídos.
Maurizio Cattelan, que parece junto a Cy Twombly (omnipresente)
un artista fetiche de Pinault, también juega al morbo
con unas esculturas que se asemejan a cadáveres amortajados.
Y calaveras, de diferentes colores, también son ofrecidas
por Cady Noland. La ironía o el juego con los dramas
contemporáneos ha sido una constante en el arte de los
últimos años y no es extraño que aparezca
en la colección de Pinault. La provocadora escultura
de un Bush en plena bacanal orgiástica consigo mismo
de Paul McCarthy es un buen ejemplo. Robert Gober empapela la
sala de sexos masculinos y femeninos y Takashi Murakami convierte
en monumental arabesco el semen que desprende el personaje de
manga de su divertida escultura.
Hay piezas muy radicales, como el caballo empotrado en la pared,
de Mauricio Cattelan; también, que dan miedo como ‘Efficiency
Men’, de Thomas Schütte; y las hay que provocan la
risa, como el panda y la rata girando sobre nosotros, que firman
Fischli & Weiss.
A pesar de la espectacularidad de las piezas, lo más
destacado, sin duda, de la Punta della Dogana, que así
se llama el edificio, es el propio espacio, dividido en nueve
naves: una fachada de 75 metros de longitud con 20 puertas y
espléndidos balcones que nos regalan vistas inolvidables
del Gran Canal. El arquitecto japonés ha creado en su
interior una caja de hormigón, que él define como
el mármol de la arquitectura contemporánea, recuperando
la arquitectura original de la Aduana, pero transformando al
mismo tiempo, y radicalmente, el espacio.