Maria Lassnig
se pintaba a sí misma, al igual que lo hizo Frida Kahlo.
Sus obras resultan de una intensidad inquietante, extrañas,
burlonas, muestran el incendio inminente en el cuerpo de una
mujer protagonista de su propio drama. Lassnig murió
el pasado martes a los 94 años y con su desaparición
se cierra el penúltimo capítulo de la historia
del arte (y del reconocimiento casi póstumo) de las mujeres
artistas obstinadas en representar la naturaleza en marcha.
Con Nancy Spero (1926-2009) y Louise Bourgeois (1911-2010),
Maria Lassnig culminó desde un profundo sentido de la
soledad el viaje hacia la psique humana y lo primitivo. ‘Comienzo
con una experiencia corporal. Entonces llegan las preguntas
existenciales. La enfermedad, la naturaleza maltratada, la guerra.
Pinto la suma de mis estados’. Así describía
Lassnig sus pinturas, la expresión de ‘la conciencia
del propio cuerpo’.
Maria Lassnig nació en Kappel am Krappfeld, en la región
austríaca de Carintia, en 1919. Estudió en la
Academia de Bellas Artes de Viena durante la II Guerra mundial.
Una de sus primeras pinturas, realizada justo después
de la caída de Hitler, fue un autorretrato expresionista
que fijaría el modelo sobre el que iban a girar todas
sus representaciones posteriores: los mismos rictus, las mismas
posturas, el mismo patetismo y drama interior enquistado en
el cuerpo y percibido desde el interior. Su retrato parece que
asuste, pero es ella la que está atemorizada, aunque
lista para defender lo único que realmente es suyo, su
cuerpo.
La pintura de Lassnig no es goyesca, al contrario, utiliza colores
luminosos y pasteles. Sus retratos pueden ser enaltecedores
de vida pero también son aborrecibles, satíricos.
Lassnig se representa a sí misma mirando directa y ferozmente
al espectador. Fue su insobornable compromiso con el ‘yo’
y con la estética de lo abyecto lo que le impidió
entrar en un sistema del arte que etiquetó su forma de
pintar como ‘degenerada’, el mismo sistema que años
más tarde solo fue capaz de gravitar sobre una pintura
muy dulcificada o que solo admitió unas prácticas
feministas por otros medios, como el happening y el vídeo.
En 1968, Lassnig se trasladó a vivir a Nueva York para
buscar nuevas oportunidades. Tardó cuarenta años
en ser reconocida. En 1980 Lassnig se instaló definitivamente
en Austria, donde comenzó a ejercer como profesora en
la Escuela de Artes Aplicadas de Viena, convirtiéndose
en la primera mujer en lograr ese puesto. Hace poco más
de una década, la galería Petzel inauguró
su primera muestra individual en Nueva York. La artista ya era
octogenaria. El año pasado, la Bienal de Venecia le concedió
el León de Oro a toda su carrera, un galardón
que no pudo recoger en persona por su delicada salud y que aceptó
criticando su tardanza: ‘Después de 70 años
pintando, con muchas privaciones y necesidades, tras muchas
exposiciones y éxitos que llegaron tarde, debo ahora
recibir este gran premio, que ya no me es posible recoger en
persona’, dijo en el discurso que hizo leer en la ceremonia.
En la actualidad, el PS1 MoMA exhibe una gran retrospectiva
de su obra y sus pinturas y películas de animación
únicamente están ya al alcance de las grandes
colecciones.
La otra gran pérdida es la escritora barcelonesa Mercedes
Salisachs, quien ha fallecido esta madrugada a los
97 años, en la clínica Teknon de Barcelona.
Considerada como una autora a contra corriente, siempre demostró
su espíritu independiente en medio del panorama catalán.
Responsable de muchos 'best sellers' españoles del siglo
XX, tampoco le dio demasiada importancia a los reconocimientos.
Tuvo cinco hijos, el segundo de los cuales, Miguel, murió
con tan solo 21 años, siendo la fuente de inspiración
para una de sus más conocidas novelas, La gangrena, con
la que obtuvo el Premio Planeta en 1975.
Salisachs, quien recibió, trabajó como directora
editorial de Plaza&Janés, y en 1956 ganó el
premio Ciudad de Barcelona con la obra Una mujer llega al pueblo.
En 1983 le llegaría
Nacida el 18 de septiembre de 1916, Salisachs ha sido una de
las escritoras en activo más longeva del mundo, ha publicado
unos 40 libros y ha ganado una veintena de premios, entre ellos
la Gran Cruz de Alfonso X el Sabio por 'Goodbye, España',
el premio Ateneo de Sevilla con ‘El volumen de la ausencia’
y en el 2004 el premio Fernando Lara con ‘El último
laberinto’.Su último libro 'El caudal de las noches
vacías', lo publicó en 2013.