Entre
película y película Duke y del Toro iban maquinando su
particular venganza hacia el Sr. Pla. Sabían donde vivía,
Duke se había hecho con un tirachinas de gran potencia y unas
bolas de acero moldeado con pinchos afilados, del Toro, con el dedo
que cogió en casa del Sr. Pla colgando de su cuello, eligió
un trinchante para el enfrentamiento.
Aquella noche fue de espanto.
Al llegar a casa del Sr. Plá abrieron la puerta de una patada,
la casa estaba completamente vacía. De repente surgió
una mano de una ventana, desde fuera y agarró a del Toro por
el cuello, y entonces, al mismo tiempo, Duke disparó el tirachinas
o lo que parecía una cabeza mientras del Toro cortaba de un tajo
con el trinchante la mano que le ahogaba. En ese momento la figura que
se intuía tras la ventana a medio abrir se lanzó al interior
de la casa, rompiendo el cristal y chillando de una manera histérica.
Era la japonesa de la noche anterior, con los ojos inyectados en sangre,
babeando y con una actitud muy agresiva. Duke, impasible, afinó
su puntería y le introdujo una de las bolas con pinchos en el
entrecejo. Empezaron a salirle hilillos de sangre a la japonesa de los
oídos, de los ojos, de la nariz y de la boca al mismo tiempo.
Duke y del Toro se quedaron maravillados ante tal espectáculo,
y es que tras algunas películas de las que habían visto,
en un momento como este sólo eran capaces de deleitarse y no
escandalizarse con su percepción.
Tampoco les sorprendió el hecho de que el Sr. Plá apareciera
de repente volando, riéndose como un diablillo cuando hace una
fechoría. Duke, que era el más avispado, le preguntó
que cómo hacía eso de volar. El Sr Plá contestó
que aquello era fácil de hacer si estabas muerto. A del Toro
no le apetecía morir en aquel momento, estaba disfrutando demasiado
con aquella japonesita, a la que no paraba de golpear/rajar y/o acuchillar
y que parecía no morirse nunca. Tal vez ya esté muerta,
pensó para sus adentros del Toro. Mientras, Duke se ufanaba por
golpear con una espada mágica al veloz Sr Plá que se desplazaba
por la sala a la velocidad del rayo. Pero no había manera. La
solución le vino a Duke de la manera más inesperada. En
una de sus acometidas, sintió el crujir de su estómago
y las tripas temblar. No pudo evitarlo y como si del mismísimo
hijo del trueno se tratase, Duke se tiró un pedo de esos que
hacen historia. Los espíritus del Sr Plá y la japonesa
se evaporaron en el aire, probablemente en busca de vientos menos pestilentes.
Del Toro no pudo menos que aplaudir la proeza de su compañero.
Proeza que volvería a repetir en la proyección de la siguiente
película, pero la ventosidad no tuvo el efecto deseado.
Sympathy for Lady Vengeance.
Park
Chan-wook cierra (dice) con este film su trilogía sobre la venganza,
que comenzó con Sympathy for Mr. Vengeance, y Old
Boy¸ganadora de este festival el año pasado.
Se puede decir que en contraposición con la anterior esta es
una película mucho más calmada, en la que el personaje
no va tan ansioso a encontrar la venganza que busca. Aquí la
historia tiene mucha más relevancia, y me refiero a los antecedentes,
de los que habla en el primer tercio del metraje, poniéndote
en contacto con los personajes. Lo curioso es que luego varios de estos
personajes no tienen relevancia en la historia central. Pero si aclara
quién es Geum-ja, el personaje protagonista, una mujer acusada
de haber secuestrado y matado a un niño y encarcelada por esto.
Sin llegar a saber si lo hizo o no, comienza, tras salir de la carcel
su camino hacia la venganza, lo único que cabe en la cabeza de
esta mujer.
Se desarrollan las complicaciones para llegar a un final sorprendente,
genial e irrepetible, rodado con total mesura, sabiendo hasta qué
límite llegar con tal de escandalizar sin mostrar demasiado.
A pesar de que pueda haber, y los hay, detractores de este director
y de este tipo de películas, no se puede negar su maestría
en el dominio de los tempos narrativos, en la fotografía (o al
menos en la elección de un buen director de fotografía)
y en la ambientación, con la que acierta siempre. Nos coloca
en lugares agobiantes o abiertos pero con total significado. Nada se
le pasa a Park Chan-wook es por esto que es difícil que uno se
decepcione con lo que hace, guste más o menos.
The
jacket.
La
fórmula fantástica introducida por ‘The jacket’
entreteje un thriller psicológico cargado de suspense que plantea
la posibilidad de hacer viajes en el tiempo a raíz de un experimento
realizado por los maquiavélicos doctores de un centro psiquiátrico.
Allí es donde está encerrado nuestro protagonista: Adrien
Brody, el hombre de las mil desdichas. Si no hubiera sido suficiente
con el calvario que sufrió siendo pianista en el holocausto,
el personaje que interpreta en 'The jacket', Jack Starks continua en
esa senda de 'soy majete, si, pero no se porqué siempre me
acaban lloviendo palos'. Para empezar la historia empieza en la
guerra del Golfo, con Starks como soldadito del tío Sam. En cuanto
Brody se hace el majete un niño le pega un tiro en la cabeza.
No muere, pero se queda sin memoria. Tras una serie de desgracias más
acaba encerrado en un centro psiquiátrico acusado de homicidio
y para colmo, al pobre Brody lo cogen de vez en cuando y le ponen una
chaqueta para hacer experimentos mentales con él. Esos experimentos
irán más lejos de lo que se podía esperar. Encerrado
en un habitáculo metálico, sufre visiones y alucinaciones
hasta que tras varias sesiones consigue concentrar su energía
para… cha cha chán… ¡Viajar en el tiempo!
Me gustaría conocer personalmente al guionista de todo este jaleo
narrativo, rey de la inverosimilitud y cuyo lema debe ser ‘¿por
qué no?’. Puede que sea esta extrañeza en la progresión
de los acontecimientos la que permita que la película funcione,
esa confusión, ese desconcierto, porque mantiene al espectador
alerta, al acecho de respuestas que se le escapan. Otro factor esencial
es el ritmo del montaje de la película, con continuos avances
y retrocesos que dotan al contenido de ese estilo que se le ha querido
dar. Visualmente ‘The Jacket’ posee una factura impecable,
con unos contrastes fuertes y bien conseguidos y un estilo muy propio,
que hacen que ya de por sí la película merezca la pena.
Sin embargo al resultado final le faltaba un hervor más, hay
términos que quedan incompletos, inconexos, no es oro todo lo
que reluce, ‘The Jacket’ no es una película redonda.
The
piano tuner of earthquakes.
La
primera sorpresa fue encontrarme con César Saracho como protagonista
de este film de Stephen y Timothy Quay, conocidos sobre todo por sus
trabajos en animación. Saracho es conocido en España por
sus papeles cómicos, tales como el cura que expía tus
pecados por ti (un cortometraje muy divertido) o, más actualmente
el tipo raro, con cabeza grande y gafas que sale en la ‘serie’
Camera Café.
Tras acostumbrarme a su voz en inglés, me produjo una gran satisfacción
ver lo bien que actúa, cómo desarrolla su enigmático
personaje.
Enigmático él y enigmática la película,
justa ganadora del premio a los mejores efectos especiales. Consigue
que te adentres en un mundo semi-onírico de ambientes densos
y calmados, en una especie de psiquiátrico en el que el más
loco es el Doctor. Pero es una locura tranquila, aceptada y hay violencia,
pero es una violencia más poética, más trabajada,
menos desagradable.
El doctor secuestra a Malvina, una reconocida cantante de ópera,
y desde su feudo particular hace llamar a Filisberto, el afinador de
pianos de los terremotos (traducción literal del título
de la película) para que deje en perfecto estado unos autómatas
de metal que el doctor tiene repartidos por su isla. Una historia de
amores, desamores, pasiones, lágrimas... contada de una manera
bellamente lírica que deja que la mente y el espíritu
del espectador se abran a la más pura contemplación
Frágiles.
A
Balagueró se le resiste Sitges. Aunque a veces los malos son
humanos, como muchas otras tantas veces, en esta película el
malo es el espíritu: una diabólica niña con la
que unos cuantos niños del hospital hablan y comentan sus asuntos.
A ese hospital llegará Calista que encarna con sobredosis de
motivación un personaje con accesos psicóticos muy descompensados
que se verá convertida en la heroína. Por el hospital
también pulula otra enfermera, Elena Anaya que es la guía
de Calista en ese nuevo entorno y que realiza un papel secundario muy
por debajo de sus posibilidades, al que sin embargo logra impregnar
de particular brillo.
De un ritmo narrativo vibrante y con una soberbia dirección,
Balagueró logra conjugar los elementos estéticos para
amoldarlos a ese universo que tanto le apasiona. El hospital se convierte
en el escenario perfecto para que unos niños y un espíritu
con ganas de romper huesos jueguen al pilla pilla. Tonos grisáceos,
atmósferas anémicas y oscuridad casi ya hasta en dosis
escandalosas, que logran aclimatar el tono de una historia convencional,
de patrones clásicos, factores muy predecibles y cojeos diletantes
de guión. El terror psicológico puede dar mucho juego
si es tratado de manera poco convencional, experimentado y explorando
nuevas facetas. Pero la historias y el tratamiento de ‘Frágiles’
sólo deja la impresión de haber visto todo eso ya antes.
Nuit
Noire
La
sección del festival de Sitges, ‘Noves visións’
hacía una apuesta por el cine experimental, la factura más
independiente y la nueva autoría. ‘Nuit Noire’, ópera
prima del congoleño pero belga de adopción Olivier Smolders,
que hasta la fecha había rodado inquietantes cortos de muy cruenta
visión estética. Su primer largo es un film técnicamente
soberbio, de una elegancia y perfección exultantes, que envuelve
al espectador en una oscura atmósfera de tintes oníricos
y ancestrales, con una iluminación propicia para los tonos ocres
y dorados que ha sido posible gracias a la utilización de la
HD numérica Viper Thompson.
La película narra las peripecias de un joven y poco hablador
entomólogo que se verá zarandeado cuando una mujer africana,
instalada en su cama, le haga comprender que todo es posible. De ritmo
sosegado y con amplia economía de diálogos, el film se
mueve por derroteros de independencia creativa más que estimulantes,
explorando el género de terror y sobre todo el fantástico
con una lupa de óptica propia, bien sujeta y aprovechada por
su novel director. Propuesta visual gótica y futurista, de cavernosos
personajes que puede que por la lentitud de su encadenamiento no sea
plato para más de uno, pero para quien sepa disfrutarlo no dudará
en repetir sin temor a indigestiones.
Oculto
La retórica de los sueños está sobre la cama. Los
tenemos cada noche, aunque no los recordemos, aunque no los sepamos
descifrar. He aquí el punto de partida de la trama de la última
película del salmantino Antonio Hernández; una conferencia
sobre el significado de los sueños servirá para que los
tres protagonistas de esta historia, la de “Oculto”, coincidan
al mismo tiempo en el mismo espacio e inicien así una aventura
de tintes oníricos en pos del conocimiento de la propia identidad
y de ciertas verdades ocultas que alguien se empeña en esconder.
Una semilla inmortal que recuerda, dejando a un lado el tono onírico,
a la gran obra de Hernández, ‘En la ciudad sin límites’
estrenada en 2003: la búsqueda de la verdad sobre la familia
por parte del benjamín de la casa, que intercalaba su búsqueda
con suculentos flirteos cual galán embelesa donnas.
Sbaraglia interpreta en ‘Oculto’ al mismo personaje sin
conocimientos, con matices of course, que busca conocer. Pero
esta vez no será él el motor de la historia, sino las
dos monumentales féminas que se le cruzan por el camino. La una,
pura dinamita. Un volcán en erupción encarnado a las mil
maravillas en la escultural figura de Angie Cepeda, actriz colombiana
muy dada a los culebrones. La otra, más modosita, más
como el resto de las mortales: insegura, tímida, de belleza humilde,
la borda una Laia Marull que sigue creciendo tras los premios conseguidos
por ‘Te doy mis ojos’. Sin embargo tras estas buenas interpretaciones,
una puesta en escena aparente y un inicio prometedor la película
se desinfla y pierde fuelle para convertirse en una narración
irregular, salpicada de aparentes giros que no sirven más que
para complicar una trama de esencia muy simple. El resultado es aciago
y decepcionante, con un regustillo final amargo de poca implicación
emotiva.
Citizen dog.
El
ingenio no es patrimonio de nadie, y Sasanatieng, el ya consagrado cineasta
tailandés, lo demuestra. Nos cuenta una historia surrealista,
en la que todos los personajes están un poco mal de la cabeza,
empezando por Pod, el protagonista, un joven de pueblo intentando buscarse
la vida en Bangkok la gran ciudad, donde conoce a Jin, el amor de su
vida. Todo se desarrolla de una forma original, a uno le viene a la
cabeza, es inevitable, Amelie Poulain, que bien encajaría en
cualquier minuto. Con efectos digitales útiles, no meramente
decorativos, para hacer sentir esa grandiosidad y extrañeza que
supone el estar vivo, el sentir y no entender.
Sólo hay un fallo claro, la cantidad de veces que se recurre
a la voz en off, al narrador, para acelerar o continuar con la historia.
Es necesario porque convierte todo más en una fábula que
en una narración costumbrista (a lo que ni se acerca), pero no
tan necesario como para estar presente en casi todas las secuencias.
Es
sorprendente que ningún premio haya recaído en esta película,
mucho más merecedora que otras de un reconocimiento por parte
de los “entendidos”. Personalmente me pareció una
de las mejores de todo el festival, que fue abundante en intenciones
pero no tanto en logros. Dudo que se pueda ver en nuestras pantallas,
no cumple los requisitos básicos para la promoción, que
son el tener actores re-conocidos, bandas sonoras creadas, intencionalmente,
aparte o el ser procedente de una de nuestras tan queridas potencias
mundiales. Es una pena. Siempre queda el buscar por internet, aunque
luego te acusen, por querer ver buen cine casi inalcanzable, de no querer
que el cine siga siendo un arte a disposición de todos. Algunos
juegan y esconden muy bien sus cartas.
La
moustache.
En
su segundo film, Emmanuel Carrère nos cuenta una historia sin
nombre. Me refiero a que el sinsentido haciendo acto de presencia consigue
que uno disfrute pensando ¿por qué?
Se trata de Marc, un publicista acomodado, de unos cuarenta y pocos,
que un día decide afeitarse el bigote, esperando causar reacciones
de sorpresa, o al menos cierta consideración, en su círculo
personal y profesional. La sorpresa es que ninguno dice nada, y cuando
Marc comienza a preguntar qué pasa, todos, desde su mujer a sus
padres, dicen que él nunca ha llevado bigote. Marc comienza a
sentirse mal, cree que le están haciendo una broma o algo así,
y después cree que se está volviendo loco, y decide irse
para buscarse a sí mismo.
Tanto la dirección como la fotografía u otros aspectos
técnicos son algo convencionales, pero esto añade más
intriga, puesto que lo narrado no tiene nada de convencional. La fantasía,
lo creíble o no se junta con el realismo, con el café
de después de comer que todos podemos identificar, ese es uno
de los grandes aciertos.
Cada día es más necesario que se nos haga plantearnos
qué es la realidad, qué pasa cuando algo cotidiano desparece
y sólo tú eres capaz de darte cuenta, algo que, aún
sin ser importante, mantiene todo en su sitio. Carrère demuestra
lo frágiles que somos ante nuestra concepción del mundo
(de lo que pensamos que éste es).
A History of violence.
Película
que cerró el festival dejando muy buen sabor de boca. Los festivales
muchas veces son como los discursos, si acabas con una frase bien puesta,
todo lo demás adquiere otro sentido y no lo ves igual.
Hay que hacer una aclaración sobre el título, que hace
pensar. A history of violence se traduciría como ‘Una
historia de la violencia’, no “Una historia (story)
de violencia”, como se ha traducido. No es una historia de violencia
porque no es en esencia una historia violenta. Es una historia de la
violencia, a pesar de que no es un documental ni se narran hechos referentes
a la violencia en la humanidad. Es una historia de la violencia porque
plantea lo innato de ésta en el ser humano, cómo uno debe
lidiar con ella, en palabras de Cronenberg, su director, ‘la peli
se enfrenta a la ambivalencia de la violencia, sólo observa nuestra
compleja relación con ella. El público a veces la aprueba
y otras la desaprueba. Me interesa esto, ver la reacción de la
gente ante ella’. De la misma manera expone que ‘la violencia
no es una enfermedad, al contrario, es parte de un ser humano saludable,
sano’.
Es
interesante la definición con la que es capaz de actuar Viggo
Mortensen, que con simples cambios en sus facciones puede representar
a dos personajes completamente distintos (pero muy parecidos). Las interpretación
es de toda la película son claras, sin trampas. En unos personajes
sencillos por el ambiente que representan metidos en complicaciones
sencillas por el ambiente en el que se mueven. Hasta que todo cambia
para Tom Stall, Viggo, el protagonista.
Volvemos a plantearnos la realidad de la realidad. El cambio en nuestra
historia, camino, vida... puede venir desde fuera de ella misma, mediante
sucesos trascendentales difíciles de entender, pero también
puede aparecer desde dentro, porque nosotros como actores que somos
podemos crear situaciones falsas pero completamente verdaderas para
los demás, y al final...¿cuál es la real?
Tras este último maratón sus cabezas
estaban abotargadas, no sabían ni que pensar, de hecho se sentían
como en un plano diferente. Cada vez les parecía más raro
que nadie les comentará nada, no eran unas eminencias del periodismo
cinematográfico, pero tenían mejor criterio, estaban convencidos,
que compañeros suyos que vieron entrevistados en la televisión,
había uno con barbita y una nariz particular que ponía
especialmente nervioso a del Toro. Se acababa el festival, y se sentían
diferentes, con cosas aprendidas, con traumas por desarrollar, y levitando
de alguna manera.
Tras darse unos paseos para refrescarse, escribir las últimas
reseñas y fumarse un par de plantas, Duke dijo que sentía
como si levitara, del Toro le miró extrañado y se sorprendió
al ver que Duke realmente levitaba. Oyeron una voz a lo lejos: ‘Es
el primer paso para aceptarlo’, del Toro también empezó
a sentir el vacío bajo sus pies. ¿Qué coño
está pasando aquí?, exclamó mientras él
también quedaba suspendido en el aire. La misma voz se avino
a contestarle: el festival ha terminado, vuestros días sobre
la efigie terrestre tocan a su fin. Los dos intrépidos periodistas
siguieron ascendiendo.
Desde allí arriba el mundo se contemplaba mejor. No había
barreras, ni límites, ni señales, ni guardias civiles.
Duke y del Toro comenzaron a experimentar una agradable sensación
de beneficio, como si las manos de las más expertas geishas se
estuvieran ocupando de sus espaldas. El pueblo de Sitges se hacía
cada vez más diminuto, allí habían pasado su última
etapa en el planeta, como ilustres mirones con un cuaderno en la mano
a punto para apuntar. El Mediterráneo y sus playas desaparecieron
de repente y Duke y del Toro aparecieron en el pasado, pudiéndose
contemplar desde afuera. Todo había sido culpa de aquellos guardias
civiles: después de la multa, Duke – cabreado como estaba
– perdió el control y los periodistas se comieron la mediana.
Cayeron por un barranco que daba a un estercolero de residuos nucleares.
La cosa hizo ¡bum! y siniestro total. Dos periodistas menos siempre
es una buena noticia. Pero no si se trata de periodistas de la talla
y el empuje de los tristemente desaparecidos Duke y del Toro. Después
de contemplar su propia muerte, los periodistas se dieron cuenta de
que al haber acabado el festival y haber enviado sus artículos
a la dirección de homines sus asuntos pendientes quedaban de
este modo resueltos. Viajaron más allá de las nubes y
no se ha vuelto a saber de ellos. Tan sólo quedaron sus escritos,
que se han ido entremezclando a medida que contábamos su historia.
La historia de Duke y del Toro, dos aguerridos periodistas que dieron
su vida –y parte de su muerte – por lo que más amaban
en esta vida. Adivinen qué era.
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parte
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