Una poesía de Antologías
Rojas y Parra volverían tras la huella de las antiguas confrontaciones
nerudianas, huidobrianas y rokhianas, como delfines visibles de las
nuevas ramas del frondoso árbol de la poesía chilena del
siglo XX, que marca distancia de América latina, con contadas
excepciones como el peruano César Vallejo, fallecido prematuramente
en 1938 y que escribió sobre roca andina. Jorge Luis Borges,
Ernesto Cardenal, lo mejor de Octavio Paz, José Lezama Lima,
Eliseo Diego, Juan Gelman, José Emilio Pacheco, Alejandra Pizarnik,
Carlos German Belli, Roque Dalton, son voces de primer orden, sin duda,
en el concierto poético latinoamericano. Rubén Darío
es cabeza de generación, padre del modernismo, que dicho sea
de paso en Chile no tuvo una repercusión interesante a pesar
de que allí vivió y escribió Azul, su
principal libro. Seguramente no están todos, para más
de algún lector, pero si los que están, son y no sobran.
En este escenario latinoamericano de poetas, todos son tan distintos,
como el lugar a donde pertenecen, aunque vienen de las palabras que
leyeron, siempre se pone el cuerpo, sudor, la vida. Vienen de islas,
países aislados, geografías urbanas, extremos somnolientos,
capitales porteñas, hay historia, memoria, raíces, sueños,
la vida que acumula otras vidas y la cuentan las palabras. No todo se
va por un caño, y tampoco lo recoge un río, que siempre
es movimiento.
El Dragón de la poesía
chilena tiene muchas lenguas de fuego y es su diversidad, riqueza, lo
que la diferencia no solo del resto de América, sino de España,
en la centuria pasada y en esta época, aunque han desaparecido
prematuramente poetas de una retórica personalísima, como
Enrique Lihn, Jorge Teillier, Gonzalo Millán, dueños de
su propio mundo poético y referentes obligados de la poesía
chilena. Todos autores indispensables en el largo recorrido que iniciara
Alonso de Ercilla y Zúñiga, con La Araucana,
en 1569, aunque el libro lo terminó de escribir en España
dos décadas después. Chile país de fundación
épica, país de poetas, nacía en la perdida Capitanía
general atravesado por las luchas de sus valientes guerreros indígenas
(mapuches) y la pluma del conquistador que retrataba la gesta heroica
de un pueblo ‘belicoso’ y amante de su tierra. Había
sido re-descubierto por un analfabeto, Diego De Almagro, una curiosidad
nada despreciable en la antología de la conquista española.
El cero sumatorio de la historia chilena entrando por el desierto de
Atacama. Diego De Almagro/maravilloso, apestoso, ruin aventurero/ciego
de gloria, vacío de oro/ pequeño ambicioso/¿Qué
te dijo el desierto? No encontrarás nada/huye pobre atorrante/con
tu espada de sal/entierra tu armadura analfabeta/y tus tristes ojos
de mula/Chile es mar y fuego/ aguas plateadas y torrentosas/ desierto
sin paradero/bosques de lamas/No pases/no pases/Vuelve sobre tu espalda/entierra
tu vida/en la sombra/descubridor del miedo. (RG)
El mapa de la poesía chilena es más amplio, diverso, enjundioso,
plural, profundo, que sorprendería a cualquier lector avezado
y curioso. Algunos nombres vitales ya están en estas páginas.
La verdadera poesía siempre aflora, en algún momento sube
a cubierta y comienza a navegar. Hay libros y poetas, escritores náufragos
que se rescatan como si fueran una botella lanzada al mar por manos
anónimas, mensajes por la sola aventura de la palabra. Ahí
también surge un aprendizaje, porque la palabra nunca termina
abandonada del todo.
La poesía chilena es de antología, por obra y gracia de
la diversidad de sus poetas. Algunos pueden venir de las aldeas, pero
sus textos gozan de universalidad. Pienso que además la poesía
tiene sus propios canales de comunicación, fermentación
de sus uvas, aroma de vinos y frutos del mar. Aún, en las ciudades
más encementadas, los poetas respiran toda la geografía
y desde luego su lar asfaltado, los mundos de la ciudad y del individuo
como materia prima de sus trabajos. Complejos pisos psicológicos
del individuo parriano, por ejemplo.
Los poetas de la provincia
uniformada
A partir del Golpe Militar, el fantasma de los muertos, desaparecidos,
torturados, exiliados, dentro y fuera de Chile, recorrió el mundo
y desde luego la frontera nacional. La Provincia uniformada que fue
Chile por 17 años y medio, expulsó por a b c motivos a
numerosos artistas y puso un gran bozal en el interior de la República.
Oh, provincia uniformada/tu palabra coagulada, asfixia con sus cuchillos
filosos/ Amanecer de alas en bandada. /Un ruiseñor ha muerto.
(RG)
Recuerdo a dos grandes sobrevivientes de ese período hablando
una noche en un departamento oscuro que había abandonado el poeta
brasileño Thiago de Melo en uno de los corazones urbanos de Santiago,
discutiendo sobre teorías poéticas, atravesados en la
lengua desobediente del arte de las palabras en un Chile fatalmente
agónico y mudo. Charles Chaplin y Buster Keaton,- Parra y Lihn-
en un singular recorrido por una pieza oscura, observados por mis ojos
kafkianos, irrepetibles en un Santiago de obsesiones, rutinas castrenses,
bandos demencialmente ridículos y ese pasaje estrecho entre el
sarcasmo y lo patético. El país con su espinazo roto,
boqueaba, coagulaban los ojos sobre un paisaje muerto, irrespirable,
y la poesía crecía en las noches kafkianas, transplantada
en el aire de las voces de dos de sus mayores protagonistas, y deambulaba
la palabra. Definitivamente se sentaba frente al abismo, lo poco que
quedaba de una historia muerta. Las piernas colgaban de un balcón
mientras pasaban los tanques silenciosos bajo la madrugada de horror.
Orugas de la muerte. El poema respiraba por su propio riesgo. De una
orilla sin autor, la cicatriz volvía paciente en la memoria.
Nadie sabía hasta ese entonces, cuan sospechosa se pondría
la poesía a partir de la fecha. Ni hablar, recomendaban los mudos.
Oh, ciudad desierta, abrázame sin terror./ Mi espanto te
supera./ Paralizas mi cuerpo y anda/ en una recta desconocida/ Lázaro
entre las palabras equivocadas. /No nombro para no llamar a la muerte/ni
interrumpir tu sueño probable/ Este paisaje no tiene descripción/
me es nuevo/Permanecerá bajo los pies cerrados del asfalto/ de
la noche. (RG)
Salí de Chile en 1975, es cierto, he vuelto, pero no he estado
todo el tiempo necesario para ponerme al día y menos de los que
vienen después del apagón cultural del 73. Esa afonía
de fin de mundo que impusieron los panzer del Gran Dictador. No volaba
ni una hoja sin el permiso del ángel de la muerte y las que se
escribían, las sepultaba el glacial silencio obligado de la dictadura.
Otros tantos esperan sacar un conejo del profundo sombrero del frondoso
árbol de la poesía, como lo hizo en otro siglo Vicente
Huidobro y tantos otros. Hubo Manifiestos en esos tiempos huidobrianos,
retórica, elocuencia, tribuna, doctrinas, movimientos, tendencias,
revistas, lecturas, condenas, escuelas, cofradías, poetas malditos,
francotiradores, oficialistas del establecimiento, lumpenes adorables,
mitómanos fantásticos, lectores insomnes, eruditos, poetas
de doble rosca y tuerca, surrealistas irreductibles, poetas domingueros,
festivaleros, falderos, de la rima, sectarios, profetas de su propia
fe, energúmenos incontrolables por su propio ego, que fueron
felices a su manera y se hicieron presente en las Grandes Alamedas y
bares de la poesía chilena. No nos repitamos, seamos memoria.
La originalidad es un deber, caballeros, responde la poesía desde
el espejo roto de la realidad. Hubo siempre vida, en los momentos más
difíciles, poesía. No siempre se ha babeado en las esferas
oficiales.
La poesía cambia de color, olores, sudores, cuerpo, se sube a
todos los sentidos y planta cara en el subconsciente y desde ahí
dicta Andrè Breton su famoso Manifiesto Surrealista
(1924): sueño y vigilia. Escritura automática, el disparador
del subconsciente. ‘Amada imaginación, lo que más
amo en ti es que jamás perdonas. Únicamente la palabra
libertad tiene el poder de exaltarme.’
La Mandrágora fue un grupo de poetas surrealistas chilenos
fundado en 1938 por Teófilo Cid, Enrique Gómez Correa,
Braulio Arenas, al que se suma un adolescente, Jorge Cáceres.
Dicen, las malas lenguas, que uno de ellos quiso ser más surrealista
que Bretón. Lo cierto es que el Surrealismo abrió grandes
fronteras a la poesía, fue una estética revolucionaria,
y se escribió una notable, única, irrepetible página
no sólo en la historia de la poesía universal, sino del
Arte. El cadáver exquisito se superó asimismo. Fue un
grupo, La Mandrágora, que giró entorno a Vicente
Huidobro, en cuya casa nació el movimiento, y coincide con el
inicio de la industrialización de Chile, la creación de
un Frente Popular, una época que marca época dentro del
devenir político, social y cultural futuro de ese país
suramericano. Un tiempo también para las vanguardias. Neruda
había escrito sus Residencias en la tierra, 20 Poemas
de amor y una canción desesperada, España en
el corazón, entre otros libros; Huidobro, El espejo
de agua, Temblor de cielo, Altazor o el viaje en paracaídas,
etc., la Mistral: Desolación, Ternura y Tala y De Rokha:
Los Gemidos, Escritura de Raimundo Contreras, Gran
temperatura. Cimientos a los cuales se sumaria la Antipoesía
de Parra, años después, la verdadera obra gruesa de una
nueva arquitectura poética en Chile, Latinoamérica y en
el mundo de habla hispana. Faltaba humor a la poesía, que le
otorga trascendencia, que no es lo mismo que el chiste, que le afea.
Cuando el chiste surge, se repite, la carcajada se agria y ella misma
corta el switch con el lector que la había puesto a
funcionar.
Ese otro panorama ante nosotros
Alfonso Alcalde, autor de unos treinta libros, anduvo y desanduvo países,
geografías, casas, esposas, hasta que escribió El
Panorama ante nosotros. Después, cuando le apareció
la soledad corroer el alma, se suicidó y enviudó de cinco
ex esposas, pero ya había escrito ensayos, cuentos, biografías,
libretos de cine, historias, Balada de la ciudad perdida, con
prólogo de Pablo Neruda, libro que quemó íntegramente
a pocos días de su edición. Vivió la vida y sus
lenguajes, todos los oficios, -desde cuidador de jardines a cuervo de
funeraria- y la vida lo consagró a la pobreza, un sobreviviente
tenaz, como la poesía que nunca muere, dijo, sino, duerme. ‘Poesía
y vida es una sola prisión sin escape y con su correspondiente
prontuario. En este aspecto no hay vuelta que darle’, precisó
en una entrevista única. Alfonso Alcalde es uno de nuestros grandes
escritores olvidados, el mismo lo reconoció, y algunos dijeron
en su tiempo que exageraba, porque le santificaron Neruda, Rojas, Donoso,
Ángel Rama, Jaime Concha y Alfonso Calderón. Alcalde es
un personaje como pocos, un día la vida se le paralizó,
su cuerpo vivía encerrado en sí mismo en sí mismo,
hasta que cuatro meses después volvió rompiendo papeles,
pegándolos con engrudo y surgieron exposiciones y dio nuevos
pasos. Alcalde es uno de los grandes secretos de la poesía de
Chile, una suerte de amuleto para cualquier lector y principiante de
escritor dispuesto a avivar el seso. Cuando viajó a Uruguay,
antes del Golpe Militar del 73, su mujer alquiló su casa a un
General, quien en presencia de los vecinos, quemó toda su obra
inédita, unos 20 años de trabajo. Fue un tipo de excepción,
reconoció como sus maestros a Neruda y De Rokha, dos poetas irreconciliables.
Escritor de la literatura total con un registro que llegó a superar
su propia existencia, porque la obra le consumía, por dentro
y por fuera, quemándole las entrañas. Alcalde se consagró
a la eterna pobreza y a la chilenidad culta y popular, buceó
los hondos meandros del largo río de la poesía chilena.
Se supo marginado, a pesar de su consistente, maciza, amplia, vasta
y contundente obra. Se metió adentro del espejo de sus hermanos
semejantes y quizás allí fue silenciosamente feliz. No
me pregunten, no lo conocí, sólo le leo lo que tengo a
mano. En testimoniar también hay un compromiso. Pertenece Alcalde
a la estirpe de los poetas ninguneados, abolengo insigne en la historia
chilena.
Variaciones sobre el tema del amor y de la muerte, es un profundo ejercicio
sobre el amor-dolor-pasión-redención-un extraordinario
agudo divertimento sobre la palabra y la intemperie de la vida. Amor
de pobres y errantes amantes de carne y hueso, unidos en la cruz de
la vida. A su velorio se presentaron cuatro de sus cinco (ex) esposas
y volvieron a enviudar. La poesía seguirá siendo ancha
de amores, amante eterna, plaza viva de su espacio, voz húmeda,
irrepetible, palabra y polvo enamorado, Quevedo.
La poesía chilena desde 20 Poemas de Amor, el folletín
universal nerudiano, no ha sido escasa de amores y su dedicación
también al tema del desamor, permanece en el tiempo, de manera
ejemplar y legendaria. La trágica Mistral, Huidobro, Rojas, Parra,
Alcalde, Lihn, Barquero, Teillier, Hahn, Millán, Welden, Silva
Acevedo, Lara, escribieron de muchas maneras, como dice Lihn, pero no
de cualquier modo. No se trata de lanzar palabras a la deriva de los
cuerpos, penetrar como un buzo ciego sin tocar fondo, y dejar las alas
muertas sin volar, sino volver a volar a ras de un tiempo ya inexistente.
En Rocío de los prados, Hahn, da cuenta de un amor terminal con
la economía de lenguaje incluida el adiós. En un breve
texto de siete versos juega también con el simple corte de una
palabra, pero la lectura es inequívoca al reafirmar el contenido
del poema con los dos versos finales.
No nos encontraremos tù y yo
No nos
encontraremos ya más
en el solsticio de invier-
no nos
encontraremos nunca más
nunca más
El amor es el gran lugar común de la poesía, tema recurrente,
por ello difícil de expresar con algún grado de originalidad.
Alfonso Alcalde, busca escribir sobre el tema desde su propia costilla
y la de sus acompañantes. Es lo que hace en su libro Variaciones
sobre el tema del amor y de la muerte:
AQUELLOS
que en los cuartos
circulares se encerraron
y gimieron hasta
silenciar sus ruidos
y luego partieron
y nunca más
volvieron a verse
EL AMOR LOS REDIMA
La variedad es casi infinita y no lo es porque el amor tiene esa rara
cualidad de rescribirse asímismo, no termina de explicarse y
nunca lo hará, porque es un motor siempre en estado de alerta,
ebullición, esperanza y fuga, reencuentro y partida, conquista,
lejanía, presencia y memoria. La poesía amorosa es el
arte de la supervivencia, colinda con la realidad y la vida personal.
El lenguaje no es algo decorativo, surge como un boomerang asido a una
cuerda floja.
En este escenario, paisaje de olvido,
en la poesía, el folclore, la palabra musical, el lenguaje popular,
y en esta apuesta de lo chileno, propio, esa aventura por la identidad,
recuperación de lo auténtico y esencial, Violeta Parra
forma parte también de la historia universal. Anduvo la geografía
y dejó su huella diseminada y compuso la partitura popular de
lo chileno olvidado. 21 son los dolores, y los enumeró uno a
uno: Una vez que me asediaste/2 juramentos hiciste/3 lagrimones
vertiste/4gemidos sacaste5/minutos sacaste/6 minutos dudaste/más
porque no te ví/7 pedazos de mí/8 razones me alejan/9
que en tu boca sentí... Violeta Parra fue y sigue siendo
un himno chileno-latinoamericano y como cantautora nos dejó poesía,
su arte, música, su visión de lo chileno, eso que algunos
tanto despreciaron en vida de esta mujer de voz áspera, desgarrada,
trágica, popular. Le arrinconaron en su carpa, la vida y la muerte
en un mismo oficio, y los intereses miopes, mediocres, y un día
tomó el camino final de otros grandes artistas excepcionales
y trágicos, desamparados por ese olvido embrujado del desprecio.
Ya le había dado gracias a la vida.
Poetas mudos y ventrílocuos
Muchos buscadores de pepitas de oro, cargadores de lenguaje, inconformes
con el verbo y las frases hechas. Y todos en este métier, como
si en el oficio les fuera la vida. Hay suicidas y gozadores per se,
poetas románticos atravesados por su sino. Poetas mudos y ventrílocuos,
Poetas del Sur (el Norte también existe) con un aureola de santones
intocables, poetas de todas las latitudes y geografías, Poetas
de pensiones baratas, adelantados, dueños de su inagotable victrola.
Poetas en turno de Oriente a Occidente, Este a Oeste, en todas las direcciones
posibles, y compartiendo la teoría del péndulo, dos o
tres féminas, con la excepción de la Poeta Mayor que siempre
corrió por su propia tangente. Lucila en sus alucinaciones constantes,
(en medio de tantas alusiones) huyó de Chile por cielo, mar y
tierra, multiplicando sus propios panes y peces de su poesía.
Esa fue su materia esencial, en medio del aceite y del vinagre. Ejerció
la maternidad con tres de los poetas mayores del país: Neruda,
Parra y Rojas, siempre desde la alegría y celebración,
el conocimiento de la poesía. Desplegó alas con sus viejas
cicatrices de cigüeña del Valle de Elqui, procreó
por los demás estos hijos que nunca abandonó en sus sueños
y vida de Cónsul de Chile en América y Europa. Este es
el gran secreto de la Cocina de la Mistral, su poesía limada
una y otra vez, nunca satisfecha, arrastrando para muchos el mito de
la sequía con sus baúles la patiloca más incomprendida
del Chile provinciano, pacato, cegato, de ojo polifémico sanguinolento.
Escribiendo sobre su tablita mágica, corriendo sus libros impresos,
haciendo crujir las palabras, arrancándoles el último
aliento y aún así, archivándolas como si fueran
indefensas (os), desprotegidos, desvalidos poemas. Esa fragilidad, ausencia
de sí misma aparentemente, quizás fortaleció mucho
más el mito de la Mistral, una mujer que mostraba una gran entereza
al solo ver el trazo de su escritura sobre sus célebres cartas.
Su secreto fue ser quien fue, no dejar de buscar, ni siquiera en las
religiones alternativas, en encontrar el lugar para la felicidad, en
su ir y venir por el mundo, trasladándose en su imaginario poético
real con sus queridos muertos. ¿Nadie ha pensado en dibujar a
la Mistral atada al largo cuerpo de Chile, arrastrándolo por
el mundo? Chile se mueve, cruje, tiembla, el mar se recoge con sus muertos,
pero el país permanece pegado al océano y a la cordillera,
sus dos límites como orillas contrastados como su geografía
y su largo cuerpo tan duro que no se quiebra más de lo que está.
La diversidad fragmentada se une. El país vuela en sus cóndores
en el alto vuelo de sus alas. En materia de poesía no todos aterrizan
ni llegan a algún aeropuerto. La poesía también
migra, se vuela y retroalimenta con la experiencia de la ausencia. Se
silencia por partida doble. Cae en el abismo y lo que la luz le niega,
cubre la sombra. Pasa el tiempo que tiene todo para sí mismo
y recoge los muertos en la vieja y eterna ecuación de la vida
y la muerte. Hay un raro polen que permanece en el viento y nacen nuevas
palabras.
La Diáspora existe detrás de la palabra
La Diáspora también cuenta. Puede tener alguna ala rota,
vomitar silencio o ser insomne de por vida, pero existe. Es un viaje
que algunos hemos hecho largo. Un viaje en círculo quizás,
sobre un mismo punto de partida y una mirada que se puede confundir
en uno mismo, aunque presiento que se viaja con un paisaje conocido
y registrado en la memoria. Todo círculo vicioso busca su propio
encuadre virtuoso. Hay quienes se integran, otros desintegran, algunos
visitan la memoria. Se puede borrar el horizonte más próximo
o dejar que un paisaje no visitado, forme parte de un futuro en algún
lugar.
Neruda no paró de escribir, dejó ocho libros inéditos
al morir, y si bien para Enrique Lihn ‘cedió’ la
vanguardia, el liderazgo poético a Nicanor Parra, la poesía
necesitaba otro proyecto, aire, y esto ocurre en los nuevos ciclos,
períodos que tienen las artes para renovarse y trazar caminos
inéditos hasta ese momento. El parricidio, más que una
metáfora, está y forma parte de la literatura universal.
Y Parra se venía preparando desde su libro iniciático
Poemas y antipoemas. Fue hegemónico el proyecto nerudiano por
largo tiempo en la poesía chilena y mundial, con todas sus peculiaridades
más allá de la poesía. Parra, Gonzalo Rojas, Anguita,
Arteche, Rubio, Lihn, Teillier, Barquero, Millàn, Hahn, Uribe
Arce, Waldo Rojas, Silva Acevedo, Lara, muchos otros buscaron alternativas
que le distanciaran del Vate de Isla Negra por el simple instinto de
supervivencia y la necesidad de presentar un proyecto propio. La Escuela
Lárica que fundó Jorge Teillier, es un nuevo imaginario
para la poética chilena, el mundo dorado de la infancia, su Paraìso
perdido, el lugar, (Lar), una poesía nostálgica, incandescente,
surgía del Sur de Chile como un espacio inédito. Teillier,
el mismo, es uno de los grandes mitos de la poesía chilena. Fue
poeta las 24 horas del día, ni un segundo más ni menos.
Teillier es quien nos dice: Lo que importa no es la lluvia/sino sus
recuerdos tras los ventanales en pleno verano. Poesía de hallazgos,
diademas que la Musa deja flotando en el aire.
En poesía todo es posible, un género noble, flexible,
mágico, que se presta y permite una extraordinaria plasticidad.
Cada poeta puede hacer su propia perfomance. Pero Neruda siguió
dándole vuelta a la manivela de la poesía y cubrió
períodos extensos con sus continuos cambios, innovaciones, desde
el romanticismo a la épica, lo eminentemente popular, surrealismo,
vanguardismo, realismo y esas Odas elementales, que son algo afrodisíacas,
parecen amapolas en constante ebullición social, existencial,
natural y que dan cuenta de las pequeñas cosas esenciales de
la vida.
La poesía chilena, no viene
de Chile, como ha de entenderse en el estricto sentido de la raíz
misma, aunque La Araucana es un primer antecedente y la epopeya
arrancó del suelo indígena, Mapuche, de la araucanía
para los españoles. Los clásicos chilenos incorporan a
los poetas europeos, norteamericanos, el movimiento surrealista, franceses
simbolistas,- Rimbaud y Baudelaire- ingleses, españoles, griegos,
rusos, alemanes, latinoamericanos, chinos, hindúes y cocinaron
también su propia poesía. La receta criolla con sus ingredientes,
sabores, texturas, la poderosa carga geográfica, historia de
cataclismos y primaveras otoñales, la respiración del
poema en el nuevo poema. Las comidas y bebidas, la epopeya Rokhiana
angustiosa, desgarrada, delirante, el folclore parriano y su antipoesía
de pisos psicológicos de un nuevo individuo, la chilenidad universal
nerudiana y mistraliana, desde los malabarismos huidobrianos-París,
París- al lar teilleriano, nostálgico de paraíso
perdido, la metafísica de Anguita, Dìaz Casanueva, la
metáfora del espanto de lo real de Lihn-¿ciudad, ciudad
real o irreal?- Hahn, Millàn, los dos Rojas, Rubio, Armando Uribe,
Silva Acevedo, Omar Lara, Oliver Welden, Raùl Zurita, José
Cuevas, la poesía tiene un cuerpo luminoso y se deja amar, oscurecer,
transportar, alimentar con palabras, lenguaje nuevo que sólo
ella puede llegar a recrea.’
La derrota del silencio
Lihn es uno de los poetas más interesantes, complejos, en búsqueda
incesante de un estilo, una poesía, un mundo propio, con su monólogo
y fantasmas, espejos reales. La poesía de Lihn tiene una carga
personal indiscutible, aunque el yo se desprenda de la estructura del
poema, banalice en ocasiones, se esfume, no crea en el mismo. Lihn se
divierte contrariando su espejo. Escribió más géneros
que la poesía, era un perfomance, trasgresor, estudioso de la
literatura, nunca tragaba en primeras aguas y era hombre de pronunciamientos,
opiniones, críticas cuidadosamente elaboradas y siempre fue uno
de los grandes animadores del panorama literario chileno y latinoamericano.
Mucho se le debe a Lihn, un poeta consecuente, que siempre se pronunció
y nunca escondió la mano. Ejercía y practicaba la crítica
y la autocrítica, poeta opinante, dueño de su ‘retórica’,
alzaba la voz, agitaba las manos en un redondel de círculos que
se descifraban asimismos mientras la palabra zafaba hacia pistas desconocidas.
Lihn armaba su propio escenario, perfomer natural, conocía como
las máscaras de la poesía se miraban unas a otras. La
poesía tiene algo de sacerdocio, es palabra. Una cierta prédica,
como la del Cristo de Elqui, se produce desde el púlpito de algún
poeta. Los poetas aran en el desierto, buscan espejismos, abrazan utopías,
las palabras se les vuelven inservibles, imprecisas, afónicas,
insuficientes. No toda la Poesía es de paso, ni los versos son
robados, o de salón, ni el poeta puede ser siempre un Príncipe
de Naipes o un Perro del amor. La poesía no es una Universidad
desconocida. La poesía no puede taparse solo con Hojas de Parra.
La poesía chilena tiene más caras que una cambiante moneda
desvalorizada y acuña un nuevo, raro valor para asomarse al mercado.
Sí, la poesía chilena es de Antología y se han
realizado varias, en nombre de su historia. Cada antologador tiene su
idea más o menos arbitraria producto de sus gustos, lecturas,
fijaciones, apreciaciones, conocimientos, lo que hace definitivamente
una propuesta. Una Antología es una selección parcial,
reúne un historial poético de sus autores, poetas de un
tiempo y hay muchas maneras de enfrentar un documento de esta naturaleza.
Una de ellas es ignorándolo, digo, el lector, o tomándolo
como referencia, un punto de vista de quien se dio el trabajo de recopilar
y a veces analizar un género en un espacio dado. El autor puede
tomar la Antología de una manera arbitraria, hincándole
el diente a unos cuantos autores, ampliando el número hasta el
infinito, recogiendo una tradición, siguiendo sus intuiciones,
lecturas, gustos, revelando sus conocimientos, descubrimientos, hallazgos,
reafirmando un tiempo explícito dentro de la historia. Un poema
puede salvar el ocioso y productivo trabajo de una Antología.
Su reverso es el poema mismo leído por un lector distinto.
La poesía chilena es un largo río que atraviesa su geografía
y los poetas con sus propios recursos lo navegan, inician una travesía
y algunos aparentemente lo cruzan, pero todos, a su manera, permanecen
en sus aguas. La larga geografía de la poesía chilena
está contenida entre el mar y su montaña. En ese territorio
ocurren todo tipo de accidentes geográficos, con una gran metáfora
el crítico y ensayista chileno, Jaime Concha, uno de los más
acuciosos estudiosos de la poesía nerudiana, comparó a
los poetas de Chile con su geografía. Les asignó parte
del paisaje como un valor, tamaño, estatura, importancia y ello
revela la diversidad, porque una geografía con una sola montaña
sería de un enorme aburrimiento, como toda centralización
en un solo objeto. Una geografía poética para la diversidad
de un territorio desmembrado, duro, desértico, ártico,
calcinante, de rotundos inviernos y primaveras, cuya poesía adquiere
la vitalidad de una verdadera residencia en la tierra, se puede escribir
en una pieza oscura o en el impecable cuaderno del primer día
de clases. La poesía chilena no tiene dueño. Afortunadamente,
no es el largo monólogo de un loco.
Seguirán surgiendo pequeños témpanos gigantes de
silencio de Norte a Sur y en las geografías urbanas, hundidos
como iceberg, aflorando a la superficie, los poemas. Así ha sido
la historia y volverá con su monotonía de viento errático,
río de sus caudalosas, agitadas, serenas aguas. Poesía
del chambergo, de capa y espada, de tradición memoriosa, personal,
íntima, épica, metafísica, amorosa, popular, amante
de la rosa, del monólogo, trágica, demistificadora, volándose
la libertad en el nido y la jaula, una llave: el poema.
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Para
saber más
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DATOS DEL AUTOR:
Rolando Gabrielli (Santiago de Chile, 1947).
Estudió Periodismo en la Universidad de Chile. Ejerció
hasta el 11 de septiembre de 1973 en su país. Fue Corresponsal
Extranjero en Colombia y Panamá (1975-79). Funcionario Internacional,
experto en la industria bananera, encargado de estrategias para los
ocho países de la región miembros de la UPEB, Editor de
la publicación científico-técnica y económica,
con circulación en 56 países, columnista de la revista
alemana D+C (1979-89). Escribe para varios periódicos panameños
como Analista Internacional y trabaja en el programa de la Unión
Europea-PNUD, Tips On Line, mercadeo de oportunidades empresariales
vía Internet. Asesor en estrategias empresariales, editor de
Suplementos especializados, ha trabajado y lo hace actualmente en marketing.